Thursday, September 28, 2006

El llamado de Lovecraft

Hace tiempo leí en alguna parte una crítica literaria -es probabable que haya sido escrita por un crítico chileno: eso no recuerdo bien- que se vengaba, o casi, de cierto tipo de vacas sagradas de la escritura, al confesar que por cada libro que leía de algún autor intelectualmente reconocido y académica y teóricamente respetado, para desintoxicarse se ponía a leer, esos sí por mero placer literario, dos -o tres o cuatro o cinco- libros de Stephen King (Maine, USA, 1947).

La receta de aquella crítica, aunque quizá sea falsa o embustera o utilice al llamado Maestro del terror para golpear a los escritores serios, en el fondo no me parece tan descabellada. Considero a Stephen King un autor entrañable entre otras muchas razones porque de su autoría fue la primera novela, el primer libro completo, que leí en mi vida -La zona muerta-, y mal que mal desde entonces no he dejado la devoración de libros. O sea que estoy agradecido con él. De hecho, según creo recordar, cuando púber, yo solía escribir relatos imitando el estilo de Stephen King. O mínimo lo intentaba. Incluso mis textos, que se perdieron para siempre y por fortuna en algún puto disco de tres y media, contenían toda la tipología en serie de lugares comunes y expresiones tan agringadas y usuales en los libros de King, que en mi perspectiva y gusto nunca fueron un defecto, sino pequeños encuentros de realidad cotidiana que contrastaban, dando cierta certeza y credibilidad a la narración, con esos rincones hediondos y oscuros, bellos, mágicos o fascinantes, a los que no pocas veces transportan sus historias. Quizá, como ha escrito y dicho el propio Stephen, su verdadero gran defecto sea vender millones de ejemplares y ser leído por multitudes, para envidia de sus intelectualmente respetados críticos y colegas.

Pero este post no pretendía, no pretende, hablar tanto de Stephen King. Ya habrá momento para escribir algo más adecuado y correspondiente al cariño que le profeso a su literatura. Lo que sí quería y quiero decir es que en estos días en que he estado encamado, y no precisamente por placer, aproveché para desintoxicarme de muchos autores de prestigio académico, siguiendo a pie juntillas la receta de la crítica con la que inicié este texto, puesto que decidí leer a un tiempo, entre otras cosas, cinco libros de Stephen King -tres novelas, dos colecciones de relatos-. Ya hablaré de ellos y de la capacidad prolífica de Stephen King para relatar historias. Y de su versatilidad, pues aunque se le llame el Maestro del terror, lo cierto es que aborda diversos géneros con bastante éxito. No en balde todo lo que escribe es best-seller (incluso él suele bromear diciendo que le han dicho que si escribiera la lista del súper también sería un hitazo de ventas en las librerías), y tampoco es gratis su fama como "el escritor vivo más famoso del mundo".

Vuelvo al objetivo original de este post. En estos días, al leer a Stephen King, quien indudablemente, aunque domine otros géneros, es un maestro del terror contemporáneo, no pude evitar ir a dar de nuevo con Howard Phillips Lovecraft (Providence, USA, 1890-1937), un titán clásico del terror. Tanto para decir esto.

Lovecraft -quien podrá tener debilidades notorias e insalvables en su narrativa: por ejemplo el uso de los diálogos- es un autor notable, o que debería ser notable, porque logró iniciar toda una nueva mitología llamémosle, y con eso demuestra su visión amplia y profunda del mundo que se nos venía encima, muy posmoderna. El terror que Lovecraft convoca en sus textos no es el que imponen los fantasmas o los vampiros o lo seres de ultratumba y demás fetiches del terror tradicional. Lovecraft es un existencialista desencantado, cuya prosa produce horror porque capta la insignificancia del ser humano en el cosmos, un cosmos por lo demás indiferente hacia el hombre y sus propósitos y actos. Intuye y plasma la intrascendencia, lo efímero, lo evanescente de la vida. La carencia de sentido.

Carles Bellver Torlà dice y nos enfoca el panorama con pluma certera en su conocido artículo-ensayo Lovecraft según Borges:

"De igual modo que hizo Nietzsche, Lovecraft estaba sacando consecuencias de la muerte de Dios en la cultura occidental. Sus cuentos expresan la soledad y la pequeñez de lo humano en un universo infinito y amoral, azaroso y hostil, carente de significado y angustiosamente ajeno a nuestras preocupaciones y cavilaciones. El miedo ya no lo provoca el morboso encuentro con cadáveres o espíritus, sino la conciencia de nuestra situación en el mundo".

En mi opinión, Lovecraft genera pantofobia.

Luego, tal vez hable de la mitología de Cthulhu que inicia Lovecraft y concretan muchos otros autores. De mientras, dos fragmentos del relato La llamada de Cthulhu, incluido en su libro En la cripta, que ejemplifican grosso modo lo que he venido diciendo, o tratando de decir, sobre Lovecraft:


"A mi juicio, no hay cosa más digna de compasión en este mundo que la incapacidad de la mente humana para poner en relación todo su contenido. Vivimos en un apacible islote de ignorancia en medio de tenebrosos mares de infinitud, pero no fuimos concebidos para viajar lejos. Hasta el momento, las ciencias, cada una siguiendo su propia trayectoria, apenas nos han reportado mal alguno. Pero el día llegará en que la reconstrucción de los conocimientos dispersos nos pondrá al descubierto tan terroríficas panorámicas de la realidad, y de la pavorosa situación que ocupamos en las mismas, que o bien nos volveremos locos ante semejante revelación o huiremos de la luz mortal en pos de la paz y salvaguardia de una nueva era de tinieblas".

"¿Quién sabe cuál será el final? Lo que emerge puede hundirse, y lo que se hunde puede volver a emerger. La más estremecedora repulsividad aguarda y sueña en el fondo de los abismos en espera de que llegue su hora, y la podredumbre se extiende por las tambaleantes ciudades levantadas por el hombre. El día llegará, ¡no puedo ni quiero pensarlo! Sólo pido que, si no sobrevivo a este manuscrito, mis albaceas antepongan la prudencia a la audacia y hagan lo imposible para que no lo vean otros ojos".

Tuesday, September 19, 2006

Voces de tierra

Puntualizo: este post es un humilde (ah, esa humildad del mexicano) obsequio de cumpleaños.

A veces me piden recomendaciones sobre algún disco que valga la pena regalar (a uno mismo o a los demás). Y también me han pedido que postee la reseña que escribí sobre el primer cedé solista de la soprano Irasema Terrazas y que originalmente publiqué en Pro Ópera.

La posteo y mato (virtualmente) tres pájaros (igual virtuales) de un tiro (virtual, faltaba más). La foto ("con efecto solecito") del centro es cortesía de Ana Lourdes Herrera. Gracias, de nada.

Irasema Terrazas
Voces de tierra
Por José Noé Mercado

1 Ya la carátula edénica y adánica del compacto Voces de tierra de la soprano Irasema Terrazas lo advierte: una serpiente, una manzana y una mujer: este disco es una tentación. Obvio, hay música y canto: son vehículos del amor, el erotismo, la lubricidad. Seducción, entrega, padecimiento: ingredientes en cantidad cercana, sólo cerca, de la sobredosis. Por fortuna, el kit incluye una suerte de conjuro —en forma de mantra—, que ayuda a poner en neutral la lluvia de sentimientos convocados, mínimo por un rato. La portada —take off—, por cierto, es obra del artista plástico Rafael Cortés y lleva fotografía de Lorena Alcaraz.

2 Voces de tierra, de Eduardo Gamboa, es un ciclo de canciones sobre textos de Alberto Ruy Sánchez, ese escritor y poeta erótico sutil y tántrico —en rigor, de su novela Los jardines secretos de Mogador—. Es una fusión amorosa en tres secuencias. Primero, un sonido curvo, que sabe a trópico y a calor de cierta voluptuosidad, es el espacio para una voz, el canto de Irasema, bella y decididamente femenina que no anda por las ramas: “Vengo movida por mi sangre, por su música. Vengo orientada por mi lengua, por su sed. Todos los días me visto de vientos, de mareas, de lunas. Y aquí, cuando me escuchas, de todo eso me desvisto”. Luego, en un preludio a la sinuosidad, algo exótico y misterioso, se escucha una invitación, ¿exigencia, súplica, hechizo?: “Entra, entra”. Después del placer viene la calma —a veces, cierto: pero en este caso sí—. Todo rélax. En esa envidiable somnolencia del eros, un canto demasiado ensoñado para entender algo más, o menos, que a su amante: “Cuando mi nombre se anuda indescifrable al tuyo, en la noche, cuando ya no sabemos lo que nos decimos y la ternura se nos llena de vocales largas, de quejas, de gemidos, de rasguños con la voz”.

3 Si los amorosos callan, ahora bien puede ser porque Irasema Terrazas canta y cuenta el amor desde perspectivas distintas, en el ciclo Por siempre Sabines de Julio César Oliva. Quizá desde una cuerda floja que conduce al ser amado, o una nostalgia: ese fino dolor de querer regresar, o acaso desde la conciencia anímica de que se está incompleto. El acompañamiento a la guitarra de Juan Carlos Laguna es cristalino y dibuja un mundo inmenso, o íntimo: en este caso da lo mismo, tristemente inabarcable. La voz de Irasema lo contempla, lo habita y aspira, frágil, a compartirlo. La poesía de Jaime Sabines: “Yo no lo sé de cierto”, “No es que muera de amor”, “Me doy cuenta de que me faltas”, y las sutilezas vocales de Terrazas encuentran las cicatrices en el carnet amoroso de quien las escucha. Poco importa si no las tiene. Igual se las hace imaginar. Y no las deja insensibles. Las fisura un canto delicioso.

4 En el ciclo Solamente sola de Samuel Zyman, el arte de Irasema Terrazas se va para adentro. Es una endoscopia intensa, a ratos agitada, de gran complejidad interpretativa, por el alma y la conciencia de una mujer emocionalmente dañada, caso típico: y por otro lado siempre único, insatisfecha y con sensación de alto vacío, cuya relación amatoria es, cuando más, un patético fantasmón arrastrando cadenas y todo. En el viaje ineludible por su unicidad existencial, se pregunta cuatro veces: Por qué solamente sola: “a pesar de la noche, reconozco en mí misma a esta mujer, silenciosa, que combate con tu ausencia la inefable nostalgia”, “me acuerdo de este espejo que acecha mi memoria, revierte la ternura y me evita la sed de saciar su cinismo”, “busco en su tacto tensiones para rebatir a mis sentidos”, “me fatiga la cadencia de verdades cercenadas por el lascivo bostezo”. La música de Zyman, sobre poemas de Salvador Carrasco, es más nerviosa y escarpada que la de los otros compositores incluidos en el álbum, con cambios de ritmo e intensidad casi biliosos y silencios temperamentales. La agitación espiritual se refleja en una escritura vocal que exige un espectro y rango más operístico.

5 La Canción de ausencia de Isaac Saúl, sobre un poema de Miguel Hernández, es una densa aflicción por la que el canto de Irasema deambula, desolado y abatido, temeroso de lo que será mañana. “Entre las flores me quedo”, dice, y sabe a tiniebla.

6 Así, las Cuatro piezas devocionales de Alejandro Velasco —Kavindu— son un remanso que desenchufa las inquietudes sensuales. El ánimo se tranquiliza. Cesa la marea de pasiones, a través de música serial y mantras. En ese minimalismo casi estático, la voz de Irasema Terrazas es más hechicera, más teatro, más hipnótica: después de todo, que las artes de cualquier Tony Kamo.

7 Contenido, neto: Un disco para nada camp. Es la idea concretada de una artista que sabe sopesar y apuesta por la música mexicana contemporánea y sus autores. Que no rompe con la tradición de canciones, más finas o más populares, que bien y mal dan rostro e identidad a un cancionero nacional. Más propositivo y, acaso, inteligente, su proyecto no se preocupa, en apariencia, por la historia del género. En realidad, se inscribe al frente de ella, sin vanas pretensiones, dispuesto a continuar su escritura. Toma la estafeta y la acarrea. La espiral del tiempo revelará hasta y hacia dónde.

8 Aunque en este material sorprende la agudeza interpretativa de Irasema Terrazas, vale la pena aventurar una tesis, aun a riesgo aparente de contradicción. Aunque no la hay. Para nada. La grabación de estas obras, algunas compuestas especialmente para Irasema, dejan la sensación de no ser interpretadas. De ahí su real valor. Como suele ocurrir con los grandes artistas, lo que hay es una empatía con lo que se aborda y que, en apariencia, muestra facetas de ella misma. Así se logra un punto de vista personal y, al mismo tiempo, genuinamente artístico. Es intuición y talento. Por lo demás, en este álbum hay muchas mujeres que, bueno, no cantan como ángeles ni como divas ni como ondinas, siquiera. Cero qué ver. Se pronuncian con profunda belleza y amor, pero esto es algo más mundano. Lo que se escucha en este disco son puras voces de tierra.

Irasema Terrazas, soprano
Obras de Eduardo Gamboa, Julio César Oliva, Samuel Zyman, Isaac Saúl, Alejandro Velasco —Kavindu—. Yleana Bautista o Isaac Saúl o Cristina Montero, según track, piano; Marisa Canales, flauta; Edward Spencer, corno inglés; Marcia Yount, oboe; Eleanor Weingartner, clarinete; Beata Kukawska, violín; Víctor Flores, contrabajo; Gabriela Jiménez, percusión; Juan Carlos Laguna, guitarra.
Urtext Digital Classics

Monday, September 18, 2006

La bohème, de nuevo, en Bellas Artes

Posteo la crítica que escribí sobre la reciente puesta de La bohème en BA. El reporte gráfico es, desde luego, de la fotógrafa Ana Lourdes Herrera, siempre colaboradora entusiasta y valiosa de este blog.

La bohème en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

La bohéme de Puccini, que es para el repertorio operístico italiano algo así como lo que es Nosotros los pobres para el cine mexicano, volvió a presentarse en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los pasados 6, 9, 11, 13 y 16 de julio, como parte de la Temporada 2006 de la Compañía Nacional de Ópera.

La analogía no es de balde, aunque quizá lo parezca. Viene a cuento, entre otras muchas razones, por el carácter clásico de ambas obras en sus contextos respectivos: lo que equivale a dejarse ver a la menor oportunidad, y aun sin ella; por esa sucesión de alegrías y desgracias cotidianas y sumidas en la pobreza (que por alguna extraña razón no margina del todo) que conforman la trama y su tinte melo—so—dramático (melodrama: drama popular que trata de conmover al auditorio por la violencia de las situaciones y la exageración de los sentimientos).

Las semejanzas entre Rodolfo, el poeta, y Pepe, el Toro, y sus palomillas de bohemios, casi siempre miserables, entre Nosotros los pobres y La bohème, además, pudieran considerarse con particular vigencia en esta producción de Bellas Artes, más que nada porque si en la obra de Puccini se intenta hacer arte aún en medio de la pobreza, la Compañía Nacional de Ópera intentó hacer lo mismo: hizo La bohème, buscó hacer arte, pero ante la escasez, casi nulidad, de recursos monetarios con los que contó para ello, de cierto modo lo que en verdad hizo fue dejar en claro que somos nosotros los pobres.

Nuevamente las autoridades, en este caso las de Conaculta, al no enviar a tiempo el presupuesto destinado para la CNO, dinero concentrado quizá en proyectos que la titular de la cultura nacional consideró prioritarios o sencillamente más importantes que hacer ópera, mostraron la carencia de planeación y seriedad con la que algunas instituciones funcionan (es un decir), en nuestro país. Peor, ya que no sólo la CNO padece la falta de recursos para el arte y la cultura. Por eso luego nos va como nos va, reza el dicho.

En la parte artística, los tenores Fernando de la Mora y Octavio Arévalo alternaron funciones en el rol del poeta Rodolfo. El primero abordó el personaje con imagen fresca, pero con una confección vocal basada en el empuje de la emisión. En varios momentos su belleza tímbrica otrora tan reconocida quedó detrás de un canto más bien gritado. Los años no pasan sin cobrar factura, y ni siquiera la voz de un gran artista, que por lo demás ha enfrentado este rol desde hace poco más o menos tres lustros, deja de pagarla. Arévalo hilvanó un canto más sutil y europeo, de sonido cálido y armónico, aunque con dificultad en la región aguda y algo de estrés en las zonas cercanas. Algún admirador de este tenor afirmó en los pasillos del teatro que el Rodolfo no sólo es el do. Y tiene razón, pero tal vez olvidó decir que también es el do. Su proyección del personaje fue más introvertida y por momentos lánguida. Ninguno de los dos tuvo punch histriónico al final. Y, a decir verdad, tampoco lo tuvieron mucho al principio.

En las primeras cuatro funciones el rol de Mimì fue interpretado por la soprano rusa Olga Makarina, ejemplo de técnica solvente y fineza interpretativa. No obstante, su caracterización dejó en el público un halo de frialdad y no logró emocionar en un rol típico del verismo que si algo busca es precisamente conmover y remover las emociones.

Marcello fue interpretado por Luis Ledesma, un barítono mexicano que cada día desarrolla su carrera con mayor firmeza en el ambiente internacional. Su nivel de canto dejó una muy grata impresión en el público de Bellas Artes, que hacía tiempo no lo veía en este teatro. Armando Gama, también barítono, abordó el rol de Schaunard con mucha propiedad y buena carga histriónica, mientras que el bajo Rosendo Flores no tuvo ningún problema como Colline.

Musetta fue cantada en tres funciones por Eugenia Garza y en dos por María Katzarava. Una, la primera, se ocupó más de proyectar coquetería y sensualidad en el escenario, sacando así partido a su papel, mientras que la segunda demostró que sus dotes vocales y su capacidad canora sortean con facilidad las exigencias de esta partitura. El bajo Arturo López Castillo tuvo muy buenas intervenciones en su faceta chusca, como Benoit y Alcindoro (aunque igual la hizo de sargento).

La escenografía de David Antón, que fue otra recuperación de años muy pasados, se tomó bastante literal eso de que buena parte de la acción (dos actos) transcurre en una buhardilla. No sólo se veía vieja, probablemente lo estuviera, sino que su diseño por momentos se tragó el sonido de los cantantes, sobre todo en el primer acto. El café Momus y la Barrera del infierno lograron ser recreados, lo que ayudó a levantar el nivel de la puesta en escena, junto con la iluminación de Kay Pérez. La dirección escénica de César Piña desarrolló acertadamente la trama, pues aunque La bohème es una ópera en que la acción se plantea con claridad desde el libreto, el trazo dispuesto ayudó a propiciarla.

El Coro y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes y la Schola Contorum de México tuvieron una destacada intervención bajo la batuta de Enrique Patrón de Rueda, si bien el volumen orquestal por momentos fue un poco alto. La concertación fue buena e hizo lo que pudo con lo que tuvo. Quizá hasta más. De cualquier manera, por el desempeño general tan poco melodramático y por aquello de que esta producción en buena medida fue a crédito, puede decirse que La bohème 2006 región cuatro, en Bellas Artes, quedó a deber. Y bastante.

Wednesday, September 06, 2006

Waldemar, de visita en el blog

Hace poco encontré en un kfé Internet a la célebre soprano Dánika Duval. La saludé con entusiasmo pues la conozco desde hace cierto tiempo. Para mi sorpresa, ella visitaba este blog escribicionista (quizá se metió en cuanto me vio llegar) y decidió presentarme, y prestarme un rato, a su mascota virtual, llamada, Waldemar. Muy Schönberg, le dije. ¿Y su Tove?

Dánika, que se hacía acompañar por su esposo Jonathan: que como se sabe es director de orquesta, y un tipo: de nombre Fausto, que no dejaba de fumar y que parecía mirar todo en menos y que dijo era su amigo, escuchó mis palabras y se puso a reír con su típica voz de monita de cari.

Fausto, poseedor de una mirada desencantada que hunde obsesivamente en los demás, le dijo algo enojado a Dánika: "El arte no te salva de lo cursi". Ella me miró, apenada. Jonathan soltó una carcajada. Yo me desconcerté, por supuesto, porque Fausto como que igual se dirigió a mí con su sentencia. Opté x ignorarlo.

+, mucho +, sobre Dánika, su esposo y ese raro sujeto Fausto, muy pronto. De mientras, su +kota. Si se le pone encima el cursor del mouse Waldemar es muy juguetón.



adopt your own virtual pet!

Saturday, September 02, 2006

En mil pedazos


Al abrir el libro En mil pedazos de James Frey un tigre de ansiedad y dolencia salta para desgarrar al osado lector. La lectura, que inicia veloz por el estilo brutal, directo, sin poses, suele detenerse por un asco monocorde que se acumula en las poco + de 500 páginas que conforman la obra. Es un testimonio de viaje, muy posmoderno diría yo, por las pantanosas aguas de la adicción al alcohol y a los drogas. Posmoderno, porque el suelo falta muy a menudo para el protagonista en su proceso de rehabilitación, la gravedad que debería atarnos al piso de la vida cotidiana falla y se avisora un desencanto absoluto.


Como se sabe, la célebre presentadora y gurú televisiva Oprah Winfrey contribuyó a que En mil pedazos se convirtiera en un best seller, de ventas equiparables a fenómenos literarios de colosal estirpe como Harry Potter. Primero porque presentó en su programa a James Frey como autor protagonista del libro, encomiando las agallas de su testimonio de adicto recuperado. Luego porque lo tacharía de farsante o algo parecido, una vez que trascendió que Frey no sólo escribió en el libro su realidad, sino que la ficcionó un poco. Semejantes lides fueron detonantes para que una vez + aparecieran ensayos literarios por todas partes con el tema central sobre la ficción o no ficción de un relato que si bien puede leerse como novela se presenta igual como autobiografía. Fue curioso cuando compré el libro. Aunque busqué En mil pedazos en varias secciones de una tienda, los vendedores irremediablemente me enviaron (pregunté a + de uno por cierta incredulidad que me agobió) a los estantes de sicología.

Y me pareció claro que a los vendedores que conocían la sinopsis de En mil pedazos, o se la imaginaban, les parecí un adicto o un pirado o un sujeto que necesitaba igual recomendaciones de libros de autoayuda, ya que me las hicieron.

James Frey algún día trabajó de Papá Noel en unos almacenes. Eso lo supe al investigar un poco sobre su vida, de la que no se cuenta nada en la ficha que viene en la solapa de En mil pedazos. De hecho, la semblanza me fascinó (a diferencia de aquellas con las que prentenden inflarse algunos autores y no se diga un cúmulo de cantantes operísticos: tengo, por cierto, una amiga que se dice especialista en detectar y desenmascarar currículos de artistas líricos: una deliciosa ociosidad). La solapa dice:

"James Frey nació en Cleveland y actualmente vive en Nueva York con su mujer. Éste es su primer libro".

Dos párrafos, de muestra. El primero:

"Empiezo a encontrarme mal. Me recorren el cuerpo oleadas de náuseas. Empiezo a tener frío. Cierro los ojos y los abro y vuelvo a cerrarlos. Lo hago rápidamente, lo hago despacio. Empiezo a tiritar y miro al asiento de delante y se mueve. Empieza a hablarme o sea que dejo de mirarlo y veo luces azules y plateadas revoloteando por todas partes. Cierro los ojos y las luces me vuelan por el cerebro. Siento cómo se me pasea la sangre lentamente por el corazón y me parece que voy a desmayarme así que me pongo una mano en la cara y aprieto. Me duele, pero quiero ese dolor porque da veracidad a esta pesadilla y me impide enloquecer. El dolor es inmenso, pero lo necesito porque me impide enloquecer".


El segundo, que en realidad está antes que el primero:

"Quiero salir corriendo o morirme o drogarme. Quiero estar ciego y mudo y no tener corazón. Quiero arrastrarme a un agujero y no salir nunca. Quiero borrar mi existencia del mapa. Del puto mapa".

El crepúsculo del pensamiento


Se diría que miles y miles de vidas desconocidas se suicidan en mí y que de sus suspiros se eleva un éxtasis último, que no soy otra cosa que una bóveda debajo de fines infinitos... ¡Si pudiera dispersarme en los elementos del sufrimiento, romperme en pedazos y no estar ya en ninguna parte ni, sobre todo, en mí! Suprimirme en un delirio de ausencia y extinguirme en mí, centrífugo en mí mismo.

Emil Cioran
El crepúsculo del pensamiento
Pro Ópera septiembre-octubre



Ya salió la Pro Ópera del bimestre septiembre-octubre. Trae entrevistas, críticas, reseñas, de interés, que deberían ser leídas por los operófagos. En la portada, foto de la magnífica Ana Lourdes Herrera, aparece el escenógrafo Jorge Ballina Graf. Sin duda uno de los grandes de México, si no es que el mejor, y, si se piensa bien, puede ser considerado como un creativo de talla internacional.

De hecho, lo es.

Aunque no hay como tenerla en papel entre las manos, posteo el link por si se quiere consultar la revista en línea:

http://www.proopera.org.mx/revista_sept06.html