Tuesday, July 31, 2007

Borrar es recordar


Hace unos días decidí depurar mis contactos de correo electrónico. Es decir, dejé fuera de mi alcance virtual a muchas personas. Las deleteé.

No fue una tarea sencilla, y sólo en cierta medida placentera y en ello proporcionalmente nostálgica. Pero me había decidido y tenía que ser implacable y disparar sin compasión algunos dilits.

Es como que raro: por más que se procure lo contrario, al principio, borrar es recordar.

Y es sorprendente comprobar con cuánta gente que ahora ya ni al caso viene se tuvo contacto algún día. Algunas personas fueron tan ocasionales que por ello son anecdóticas, irreconocibles, oscuras. O más bien grisáceas, nebulosas, desdibujadas por un baño de vapor.



Pero pusharle-dilit a un contacto que fue importante en algún momento de nuestra vida es más raro aún. Como una carcajada amenazante del destino que se somatiza de pronto. Uno, a veces, cambia. Los demás, en ocasiones, cambian. Las personas otrora más entrañables, hay casos, de la noche a la mañana se vuelven incompatibles, no más. Sin razones, sin explicaciones, sin motivos que valgan. Y es necesario darles delete de nuestra vidas. ¿Duele? Duele, puede doler, pero ayuda y consuela un poco pensar en alguna frase soberbia y estúpida, pronunciarla es mucho mejor, del tipo go hell, good for you, don´t cry for me, hasta la vista baby, al tiempo de oprimir la tecla que mandará al éter, a la dimensión desconocida: como he dicho que dice una amiga soprano, a ese lastre cibernético.

Lo más probable es que ese lastre cibernético tenga nombre y apellido, así que se vale igual darle dilit sin verlo a los ojos, pero a cambio deberá también desaparecer de la agenda del celular (o de la que se tenga), del Messenger, de Ringo, de Hi5 y de todas esas páginas donde tenemos a nuestros contactos.

Lo demás, supongo, es aguantar los embates del recuerdo. Ya pasarán.

Y, por cierto, recuerdo que en uno de mis cuentos: Demasiado tarde, escrito hace unos meses, un personaje bastante radical, llamado Beli Guillén, dice algo que viene a cuento:



"...los ciclos de la vida en realidad no terminan al cerrarlos, sino al dinamitarlos. Concluir es cortar, romper, destruir, exterminar. Morir y matar en un acto, que entre más duela más cierto será que el ciclo fue superado. Imposible de otro modo, porque demoler aquello indoloro no tendría ningún sentido vital, como lo tienen los ciclos".

Sunday, July 22, 2007

Dos fragmentos de la Universidad Desconocida


Lisa

Cuando Lisa me dijo que había hecho el amor
con otro, en la vieja cabina telefónica de aquel
almacén de la Tepeyac, creí que el mundo
se acababa para mí. Un tipo alto y flaco y
con el pelo largo y una verga larga que no esperó
más de una cita para penetrarla hasta el fondo.
No es algo serio, dijo ella, pero es
la mejor manera de sacarte de mi vida.
Parménides García Saldaña tenía el pelo largo y hubiera
podido ser el amante de Lisa, pero algunos
años después supe que había muerto en una clínica psiquiátrica
o que se había suicidado. Lisa ya no quería
más acostarse con perdedores. A veces sueño
con ella y la veo feliz y fría en un México
diseñado por Lovecraft. Escuchamos música
(Canned Heat, uno de los grupos preferidos
de Parménides García Saldaña) y luego hicimos
el amor tres veces. La primera se vino dentro de mí.
La segunda se vino en mi boca y la tercera, apenas un hilo
de agua, un corto hilo de pescar, entre mis pechos. Y todo
en dos horas, dijo Lisa. Las dos peores horas de mi vida,
dije desde el otro lado del teléfono.


Te regalaré un abismo, dijo ella,
pero de tan sutil manera que sólo lo percibirás
cuando hayan pasado muchos años
y estés lejos de México y de mí.
Cuando más lo necesites lo descubrirás,
y ése no será
el final feliz,
pero sí un instante de vacío y de felicidad.
Y tal vez entonces te acuerdes de mí,
aunque no mucho.
La Universidad Desconocida
Roberto Bolaño
Anagrama, 2007

Thursday, July 19, 2007

El barbero de Sevilla en Bellas Artes


Balcón original de Rosina, en Sevilla, España, a donde dice la leyenda que Almaviva le llevó serenata. Foto: éoN.

Posteo mi crítica de la puesta 2007 de El barbero de Sevilla en BA. Éxito de público, desastre según la crítica especializada. Una de las dos partes no está viendo las cosas bien. ¿Cual será? ¿Quién ofrece los mejores argumentos?, ¿a quién creerle?: that-is-the-question. Y preguntas, muchas preguntas, es lo que me arrojó, en lo personal, escribir esta crítica.


El barbero de Sevilla en Bellas Artes
Por José Noé Mercado


La colonización de la Compañía Nacional de Ópera comenzó, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los pasados 1, 3, 5, 8, 10, 12 y 15 de julio, con la presentación de siete funciones de El barbero de Sevilla de Gioachino Rossini, en un montaje importado del Teatro Colón de Buenos Aires.

Esta producción es, por así llamarle, el comienzo de la puesta en escena del acuerdo de colaboración firmado entre la CNO y el Teatro Colón, que en México, en rigor, se ignora en qué consiste a ciencia cierta. ¿Se trata, simplemente, de un contrato de arrendamiento de producciones? ¿Es el pago de este alquiler una colonización de nuestra ópera? ¿Será una erogación, un gasto, a cambio de presentar puestas en escena que luego de ello no dejarán acervo de montajes, no acrecentarán el repertorio de producciones, ni acarreará otro beneficio tangible fuera de salir del paso en la presentación momentánea de ópera en nuestro llamado máximo recinto artístico?

Las respuestas a estas preguntas no son, o no deberían ser, asuntos menores, pues de ellas depende saber si la CNO asume con esta colonización, que continuará de menos con Diálogo de Carmelitas y La ciudad muerta, su incapacidad, ¿económica, artística, administrativa, imaginativa?, para producir ópera, función principal, y razón de ser, de su existencia. ¿La renuncia de José Areán —no anunciada oficialmente pero presentada de facto entre la cuarta y quinta función de estos Barberos—, a la dirección general de la CNO, y que hasta el momento de escribir estas líneas no se sabe si fue, o será, aceptada o rechazada por las altas autoridades culturales de México, tendría que ver con todos estos asuntos, o con la calidad de lo ofrecido al público en esta producción?





Caminito

Porque en última instancia, este Barbero de Sevilla que contó con la dirección escénica, escenografía e iluminación de Willy Landin, independientemente de que ubica la obra más en la entrada de Caminito, en el barrio de la Boca, en los años 50, que en la Sevilla de finales del dieciocho, dándole así una lectura más o menos fresca, cierto: no en todo momento congruente e hilvanada en sí misma, ¿es una producción que justifica el gasto de seis millones de pesos por traerla a Bellas Artes? ¿No se hubiese podido hacer algo líricamente presentable y digno con ese dinero, o con menos, para producir un montaje nacional que incluso se quedara en nuestro país para futuras reposiciones? ¿Con base en qué se optó por esta decisión: fue lo más barato, lo más práctico, lo más brillante, lo mejor? Puesto que aun cuando este montaje del Barbero del Colón tiene pasajes logrados, y otros malogrados, en su confección que recurrió más al entramado de sketches que a una concepción y discurrimiento integral de la trama, es decir que se ajustó a la medianía operística que últimamente se presenta en Bellas Artes, ¿era nuestra mayor necesidad traerlo desde el Cono Sur? ¿Quién salió beneficiado, en concreto?





Rossini


Unas líneas, ahora, del elenco que fue, igualmente, irregular. El rumano George Petean interpretó un Fígaro de buena factura vocal, más taita, más bacán, que factótum, producto de la dirección escénica de Landin, que hizo de Rosina una paica fresa, más lolita: con todo y apapachos a su osito de felpa —quizá de ahí la atracción real que ejerció sobre Almaviva—, que ingeniosa y aguzada. Alternaron funciones en este rol las mezzosopranos Nancy Fabiola Herrera, española que mostró buenas cualidades en la zona aguda y ligereza en las coloraturas, y Carla López-Speziale, compatriota destacada en las agilidades, escénicamente una mezcla de bien portadita y caprichuda: lo que ayudó a sacar adelante la concepción impuesta a su personaje, aunque en la región alta de su registro enfrentó algunos problemas de descompresión.

Para abordar al Conde Almaviva se importó al tenor Brian Stucki, de voz diminuta, acento norteamericano, y nivel acaso estudiantil. Histriónicamente se desempeñó, sin embargo, con mayor desenvoltura que el mexicano Rogelio Marín, alternante del rol en dos funciones, con instrumento más audible si bien con algunas desafinaciones en el pasaggio, pero de actuación más bien chata, cuyos momentos más graciosos resultaron algo involuntarios, en el segundo acto, haciéndose pasar por don Alonso, cuando parecía caracterizado de una fusión jipiosa de Pablo Milanés y James Levine.


Beaumarchais

Para interpretar a Don Bartolo se importó también al barítono catalán Enric Serra, de relevante trayectoria internacional, pero que podría considerarse, en términos coloquiales, lo que se dice un cartucho quemado. Es decir, aunque simpático en escena, vocalmente ya no tiene nada qué ofrecer, razón por la cual se llamó de emergente, al sacarlo de la jugada y tratar de remediar la situación, al bajo-barítono mexicano Arturo Rodríguez, quién aun cuando tiene una voz interesante, será con más oportunidades, como ésta, que logre la soltura escénica que realce su trabajo.

Y a todo esto, ¿quién contrató a Stucki y a Serra? ¿Acaso no los oyeron antes? ¿Se puede ser directivo y confiar a ciegas en los agentes y hacer el trabajo, o creer que se hace, desde el escritorio? Por lo visto, no. Por lo escuchado, menos.

Las intervenciones más sólidas y convincentes correspondieron al Don Basilio del bajo Rosendo Flores, como siempre confiable y correcto, a la mezzosoprano Gabriela Thierry como Berta, la más desparpajada de cuantos aparecieron en escena, y al barítono Roberto Aznar como Fiorello, este par de cantantes con buenas interpretaciones pese a la brevedad de sus roles. O quizá por ello.




Rossini

Al frente del Coro y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes se contó con la batuta del italiano Marco Balderi, quien, con acertado estilo rossiniano a decir verdad, a lo largo de las funciones enfrentó problemas en el balance sonoro entre la música y los cantantes quienes por ratos en definitiva no se oían, y en los tiempos que no lograron ser del todo eficientes según la emisión de los solistas.

El vestuario de Luciana Gutman estuvo al servicio de la puesta en escena de Landin, que, por lo que respecta a la iluminación, permaneció en constante penumbra, sin reflejar la brillantez y jocosidad de la trama y la partitura. Lástima.

Al finalizar estas funciones es válido preguntar si la gente se divirtió con este Barbero de Sevilla en Bellas Artes colonizado y la respuesta es que, en general, sí, salió contenta del teatro pues este título se defiende solo, pase lo que pase, cante quien cante, dirija quien dirija. Pero que en general así haya sido no significa que todos lo hayan aplaudido. No.
Baste con citar, por ejemplo, más allá de si hubo abucheos o no en algunos sectores del público, la contundente contestación que, durante la última representación, una gemelita dio a su mamá, que pedía a sus dos pequeñas, que no pasarían de los cinco años de edad, ambas con vestido blanco y estampado de manzanitas, que se rieran con esta ópera, puesto que era justamente para que se divirtieran: —Pero ma, ¿de qué quieres que me ría si todo esto son puras babosadas?

Tuesday, July 10, 2007

Encontrar

Y, ya en éstas, posteo el clip del tema central de Se arrienda. "Encontrar". Te perdiste en un momento, te escondiste en un lugar, donde ya sólo hay pretextos... Este clip debería dedicarlo a la persona que hace 4 posts dije que aludían unas papas fritas. No sé. Igual y sí. Bueno, sí.

Trailer: Se arrienda

De paso, aquí dejo el trailer de Se arrienda. ¿Qué pasa cuando la vida no resultó ser como soñabas? La pregunta, al menos, es un caso de conciencia. Porque bueno, me consta que hay quienes no se han dado cuenta de nada...

¿Bienvenido al sistema?

Una escena de Se arrienda, la peli de Alberto Fuguet. ¿Ética, idealismo, congruencia, honestidad? Cuando el sistema abre sus puertas, ¿quién se resiste a entrar? Este post está dedicado, desde luego, a Papapa-Myr. Ojalá lo vea.

Monday, July 09, 2007

Playa



"...Y entonces a mí me dolía la cabeza y me iba de la playa, comía en el Paseo Marítimo, una tapa de anchoas y una cerveza, y después me ponía a fumar y a mirar la playa a través de los ventanales del mar, y luego volvía y allí seguían el viejo y la vieja, ella debajo de la sombrilla, él expuesto a los rayos del sol, y entonces, de manera irreflexiva, a mí me daban ganas de llorar y me metía en el agua y nadaba, y cuando ya me había alejado lo bastante de la orilla miraba el sol y me parecía extraño que estuviera allí, esa cosa grande y tan distinta de nosotros, y luego me ponía a nadar hasta la orilla (en dos ocasiones estuve a punto de ahogarme) y cuando llegaba me dejaba caer junto a mi toalla y me quedaba mucho rato respirando con dificultad...".



"...Y luego me levantaba, me ponía la toalla como capa y me iba a sentar en uno de los bancos del Paseo Marítimo, en donde fingía quitarme la arena que no tenía de las piernas, y desde allí, desde esa altura, la visión de la pareja era distinta, me decía a mí mismo que el tiempo tal vez no existía tal como yo creía que existía, reflexionaba sobre el tiempo mientras la lejanía del sol alargaba las sombras de los edificios, y luego me iba a casa y me daba una ducha y miraba mi espalda roja, una espalda que no parecía mía sino de otro tipo, un tipo al que aún tardaría muchos años en conocer...".




"...Y al día siguiente vuelta a lo mismo, la playa, el ambulatorio, otra vez la playa, los viejos, una rutina que a veces interrumpía la aparición de otros seres que aparecían en la playa, una mujer, por ejemplo, que siempre estaba de pie, que jamás se recostaba en la arena, que iba vestida con la parte de abajo de un bikini y con una camiseta azul, y que cuando entraba en el mar sólo se mojaba hasta las rodillas, y que leía un libro, como la vieja, pero esta mujer lo leía de pie, y a veces se agachaba, aunque de una manera muy rara, y cogía una botella de pepsi de litro y medio y bebía, de pie, claro, y luego dejaba la botella sobre la toalla, que no sé para qué la había traído si no se tendía nunca sobre ella y tampoco se metía en el agua, y a veces esta mujer me daba miedo, me parecía excesivamente rara, pero la mayoría de las veces sólo me daba pena, y también vi otras cosas extrañas, en la playa siempre pasan cosas así, tal vez porque es el único sitio en donde todos estamos medios desnudos..."




"...Y cuando pensaba lo que acabo de decir, ocultaba la cabeza entre las manos y me ponía a llorar, y mientras lloraba soñaba (o imaginaba) que era de noche, digamos las tres de la mañana, y que yo salía de mi casa y me iba a la playa, y en la playa encontraba al viejo tendido sobre la arena, y en el cielo, junto a las otras estrellas, pero más cerca de la Tierra que las otras estrellas, brillaba un sol negro y silencioso, y yo bajaba a la playa y me tendía también sobre la arena, las dos únicas personas en la playa éramos el viejo y yo, y cuando volvía a abrir los ojos, me daba cuenta de que las putas rusas y la chica que siempre estaba de pie y el ex yonqui con el niño en brazos me contemplaban con curiosidad, preguntándose acaso quién podía ser aquel tipo tan raro, el tipo que tenía los hombros y la espalda quemados, y hasta la vieja me observaba desde la frescura de su sombrilla, interrumpida la lectura de su libro interminable por unos segundos, preguntándose tal vez quién era aquel joven que lloraba en silencio, un joven de treintaicinco años que no tenía nada, pero que estaba recobrando la voluntad y el valor y que sabía que aún iba a vivir un tiempo más".
"Playa"
El secreto del mal
Roberto Bolaño
Anagrama, 2007

Saturday, July 07, 2007

Fin de sem en Cancún

La semana pasada estuve en Cancún, Quintana Roo. En los asuntos por los que fui, me fue bien. Muy bien. Pero el sol me quemó la piel. Mucho. Me expuse demasiado, note. Sigo embaburnado de cremas y geles para aminorar el ardor y la comezón. Ay, es horrible. Tomé algunas fotos, como podrá verse. Pensaba escribir alguna especie de crónica de viaje, pero me abstengo, más que nada porque al estarme descarapelando no soporto la picazón. Es como si la piel quisiera quebrarse y encima la clavaran con agujas. Dejo unas fotos y si acaso pongo algunos pies, no más.


Pese a lo que me dicen las quemaduras, el sol, en realidad, nunca estuvo tan intenso. De hecho, algún día estuvo nublado. Y en otro incluso cayó una tormenta. Había bandera roja, en la playa.


Ya conocía Cancún, pero hacía rato que no iba. No me fascinó. Sólo hay mar, mucho mar y hoteles, muchos hoteles, y malls, todos idénticos. Por momentos pensé que Cáncún es, en realidad, un desierto. Un desierto con mar. Tiene lógica, porque, además, no soy fan de lo marino.


Sí, se disfruta el paisaje. Un rato. No voy a negar eso, pero ¿y luego? Y luego uno debe seguir en el mismo contexto. Con el paso del tiempo uno mismo se vuelve parte del paisaje y si lo percibe puede tenerse una sensación francamente desagradable y monótona que se pega a uno como la arena de la playa en el cuerpo.


Cierta vez una amiga, soprano para más detalles, me dijo que era una auténtica rata de asfalto citadino, urbano. Me acordé de esa amiga tirado en la playa, donde no hay mucho más qué hacer que no hacer nada. De repente me entretenía mirando el no hacer nada de los demás, pero luego me aburría y ni siquiera experimentaba esa ansiedad del ocio. Incluso me invitaron a jugar al vólibol de playa, pero ese mal posmoderno de considerar que las cosas no son buenas ni malas sino que simplemente no vale la pena hacerlas, se apoderó de mí.
Aunque la hotelería -cuya arquitectura parece artificialmente obsesionada con la forma piramidal como para estar en la onda maya- intenta que el huésped se sienta como en casa sin en realidad estar en casa, el huésped nunca está en casa y eso se nota. Tanto servicio, tanto hacerte sentir cómodo, que uno se siente incómodo, churrigueréscamente atendido. En cada una de mis camas, tenía dos king-size en el cuarto, había 10 almohadas que, por supuesto, terminaron en el suelo, más que todo porque yo no tengo tantas cabezas.


Junto al mar, uno puede estar encantado o puede estar desencantado. Como en todos lados, supongo. Pero eso de que en el mar la vida es más sabrosa no es necesariamente cierto. Es más, puede ser descaradamente falso. Porque uno, en contacto con la naturaleza, comprende, de pronto, las dimensiones desmesuradas de la existencia. Lo inconmensurable puede ser una ventana a la locura.


El mar de Cancún puede presentar unos matices de azul muy bellos. Pero a ratos también puede parecer un charco de pulque o de leche descremada, deslactosada y ligth. Hubo un momento en que pensé en la canción "Alfonsina y el mar", o mejor dicho en una Alfonsina que se adentraba en un mar de pulque, desde una playa reconstruida casi comercialmente luego de un huracán, como el que hubo hace un año aquí en Cancún y la escena me pareció un tanto como sacada de una Scary movie. Bueno, es que tirado en la playa no se puede pensar muy en serio o al menos no se busca mentalmente sino entretenerse con algún chicle cerebral que haga pasar el tiempo, como si éste no pasara tan rápido en la vida.


Cancún no es un sitio para pobres. Es muy caro y más lo es si uno se empeña en pagar en pesos y no en dólares. Aquí la moneda nacional como que no queda del todo claro cuál es. Esto mismo es algo que le da prestigio a la región, pero al mismo tiempo es el motivo de que nunca termine por ser un sitio del todo amigable. Se entiende que uno está de visita, nomás. De paso. Que no estará para siempre, pensamiento que a la larga resulta reconfortante. Un litro de agua enbotellada cuesta nueve dólares. Una bolsa de papas fritas (de las que por cierto me dieron un par de bolsas en el lunch del avión, ida y vuelta, lo cual francamente fue insoportable porque las Sabritas me aludieron a una persona cuyo comportamiento en los últimos tiempos podría calificarse de despreciable e infrecuentable) cuesta seis billetes verdes. Por supuesto no compré las Sabritas y demostré que no sólo sí puedo comer sólo una, lo que es contrario a su slogan, sino que también pude dejar de comerlas.

Sí, el tema de las mujeres no podía quedar fuera, y menos teniendo cerca un sitio llamado Isla mujeres donde, en efecto, hay mujeres. Y más que de mujeres, puede decirse que de lo pretendo reflexionar aquí es sobre el cuerpo humano y la desnudez. Llegué a una conclusión extrema. En la playa el cuerpo humano es menos excitante y atractivo que en una ciudad o en un pueblo o en una ciudad pueblerina. Cuando alguien está vestido, si nos atrae, su atractivo consiste en disfrutar su figura vestida e imaginar cómo sería, en un momento dado, sin ropa. Pero cuando alguien anda en tanga o en topless o en bikini, el encanto de producir el deseo es sustituido por la realidad, ni más ni menos. Uno observa todo lo que quiere observar y en ocasiones encuentra lo obvio: que todas las mujeres, y todos los hombres, tenemos lo mismo, más feo o más bonito, más o menos celulítico, más o menos ejercitado. Eso tan igualitario en lo humano, puede ser decepcionante, muy decepcionante y shockeante, en lo erótico, en lo amoroso, en lo lujurioso, donde uno aspira a algo único, especial, irrepetible. Vi muchos cuerpos hermosos. Vi muchas mujeres frondosas. Y confieso que sólo una mujer me llamó la atención realmente. Sólo una fue la que hubiese querido reencontrar ya en la ciudad, vestida, para dibujar su desnudez y tragar su unicidad. Y, curiosamente, lo que me llamó de ella fue más que su cuerpo, su rostro.
Aunque ahora mismo no estoy seguro si aquel cuerpo de mujer fue real, o si ya estaba insolado y tuve un espejismo.


Todo blogger y cibernauta tiene una autofotografía como ésta. Yo ya tengo la mía. Me la tomé en Cancún, matando el tiempo, en espera de volver por fin a casa.

Pepe Espinosa: qdep


Este miércoles 4 de julio falleció a los 59 años de edad el cronista deportivo Pepe Espinosa (conmigo en la foto, a la derecha). Por una neumonía, complicación de cáncer linfático. QDEP. Es rara la sensación de que muera alguien que de alguna manera fue cercano, y la televisión hace muchas cosas cercanas aunque no lo sean precisamente. Con la narración de Pepe Espinosa vi cientos de partidos de fútbol americano, básquetbol, comerciales de diversos productos. Algo de uno muere también en esos casos. La muerte, la muerte, siempre inexplicable y dolorosa.

Monday, July 02, 2007

Pro Ópera julio-agosto 07


Salió ya la Pro Ópera de julio-agosto de 2mil7. Debe consultarse. En Internet está la versión electrónica, que no es lo mismo que tenerla en papel pero en cambio trae bonus tracks como las secciones Otras voces y Ópera en el mundo: Ópera en el Met, Ópera en América y Ópera en Europa.

Hay que checarla. Mío vienen: crítica de Orfeo en BA, columna Ópera en México y una entrevista que me latió bastante con el barítono internacional Alfredo Daza.

Además la página de Pro Ópera está estrenando diseño. Quedó muy bien.