Monday, December 31, 2007

El tiempo no procrastina: rip 2mil7



El tiempo fluye sin moldes, ciego, indiferente a los años sobre los que el ser humano cree que configura su existencia. Así, 2mil7 se acaba, pero si no acabara, si continuara eternamente, el tiempo igual fluiría. Ningún ciclo es ciclo para el tiempo, sólo para nosotros que en él somos y ocupamos espacio. Por un tiempo.

Posteo dos fragmentos de Kundera para ¿cerrar? 2mil7. Mañana será 2mil8. Se supone, se dice, haremos de cuenta. El primero sobre el significado de nuestra historia personal. ¿Lo tiene? Más nos valdría, existencialmente, que sí, que lo tuviera para librarnos del horror y del vacío de la procrastinación -ahora que está de moda- total y absoluta: incluso la de vivir. El segundo sobre eso de que uno es uno y su circunstancia, pero los otros también son ellos y sus circunstancias. Eso ocurre en las relaciones personales, sentimentales, de tido tipo, pero a veces lo olvidamos. O no lo hemos tomado en cuenta. Y lo más fundamental: yo y los demás somos, siempre, respecto a mi yo. Sí. Eso lo explica todo. O casi. En el amor, por lo menos, creo que sí. En fin: va: posteo:

==


¿Es que las historias, además de ocurrir, de acontecer, también dicen algo? A pesar de mi escepticismo me ha quedado algo de superstición, por ejemplo esta extraña convicción de que todas las historias que en la vida me ocurren, tienen además algún sentido, significan algo; que la vida, con su propia historia, dice algo sobre sí misma, que nos desvela gradualmente alguno de sus secretos, que está ante nosotros como un acertijo que es necasario resolver, que las historias que en nuestra vida vivimos son la mitología de esa vida y que en esa mitología está la clave de la verdad y del secreto. ¿Que es una ficción? Es posible, es incluso probable, pero no soy capaz de librarme de esa necesidad de descifrar permanentemente mi propia vida.



Me pareció que es un error cuando se pretende abstraer al ser amado de todas las circunstancias en las que se le conoció y en las que vive, cuando se lo intenta, con una laborosísima concentración interna, purificar de todo lo que no es él mismo, y por lo tanto también de la historia que junto a él se ha vivido y que forma el perfil del amor.

Lo que yo amo en una mujer no es aquello que ella es en sí misma y para sí, sino aquello con lo que se dirige hacia mí, lo que es
para mí. La amo como a un personaje de nuestra historia compartida. ¿Qué sería la figura de Hamlet sin el castillo de Elsinor, sin Ofelia, sin todas las situaciones concretas por las que pasa, qué sería sin el texto de su papel, qué sería haciendo abstracción de todo ello? ¿Qué quedaría de ella, más que una especie de esencia ilusoria, vacía, muda?
La broma
Milan Kundera

Tuesday, December 25, 2007

¿Autodidacta?




No soy un autodidacta.

Todo lo que he aprendido lo aprendí leyendo.

Y he leído mucho
.


Roberto Bolaño

RIP: Karla Stefanía Galindo Pastor - Faris (1986 - 2007)


La verdad es que estas fiestas de fin de año no me han sido felices. La noche del viernes 21 de diciembre me enteré vía mail del fallecimiento, ocurrido un día antes, de Karla Stefania Galindo Pastor -Faris, para sus amistades-, una muerte súbita y por tanto desgarradora, a sus 21 años de edad.

Faris fue mi alumna en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Su óbito fue lamentable, doloroso, triste, para su familia, desde luego, pero igual para sus amigos, compañeros y para todos quienes la tratamos. La muerte suele dejarnos con muchas dudas y preguntas, pero en definitiva la muerte de un-a joven, una vida sin duda truncada, nos arranca una serie de cuestionamientos que frustrantemente no tienen respuesta. No, al menos, terrenales.

El poeta Salvador Díaz Mirón escribió que el mérito es el náufrago del alma: vivo se hunde, pero muerto flota. Y sí, en parte, así es. Pero fuera de eso, mi recuerdo de Karla es vívido y data del primer día de clases, justo cuando la conocí. Su sinceridad era una moneda de cambio, desde el primer instante y siempre: "No me gusta Werther, lo odio", me dijo cuando me hablaba sobre sus preferencias literarias. Ya después me explicaría porqué. Razones tenía, desde luego.

Una vez me preguntó a media clase y sin venir a cuento si yo después iba a ir a algún lado importante. Ese día fue el único en que yo asistí a la universidad de traje y corbata y la diferencia en el vestir saltaba a la vista, supongo, al menos para alguien cuya atención era aguda, escaneadora, aun en su inquietud. Le respondí que no, que más bien ya había ido a una cita y que ya no me dio tiempo de cambiarme, pensando en que de no ser por esa cita, habría preferido la comodidad de la ropa casual. De hecho, la comodidad en el vestir era algo que siempre podía envidiársele a Faris. Siempre se le veía con pantalones y playeras cuya característica era la holgura. Además, usaba un paliacate en la cabeza y siempre andaba con sandalias, al aire libre.

Ése era su look.

El mismo que, por cierto, portó las dos ocasiones en que junto con algunos de sus compañeros nos encontramos en el Teatro del Palacio de Bellas Artes. La primera, en el Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli y la segunda en el ensayo general de Lucia di Lammermoor. Fan de la música brasileña, esos encuentros líricos, a decir verdad sorpresivos, me confirmaron su interés por el conocimiento, su curiosidad de la que obtenía elementos para después tener algo de qué reírse. Porque todo lo que ella sabía o aprendía pasaba por el tamiz de su buen humor y eso la hacía una persona agradable, sencilla, buena onda, y para nada posera.

Así la recuerdo, simpática y alegre, lo mismo explicando ante sus compañeros la trama de Los cuentos de Hoffmann de Jacques Offenbach, que mostrándome su libro de El rey león, el musical, en una preciosa edición adquirida en un viaje reciente que hizo a Estados Unidos.

Con esas imágenes me quedo, con las de una alumna de 10, y no con otras que sin duda entristecerían mi memoria, pues al fin y al cabo la consigna es clara: the show must go on. Y Karla lo sabía.

Descansa en paz, Faris.

Felices fiestas

Da clic a la imagen para ampliarla


Bueno, en rigor no es una postal, aunque podría serlo. Es una fotografía que tomé al deambular una noche por DeEfe.

Pero igual sirve.

La idea es desear felices fiestas y si no felices, al menos, buenas fiestas de fin de año. Y que 2mil8 sea un año que prometa y cumpla todo lo mejor. O casi. O cerca. Sólo eso, que no es poco. Ojalá.

JoséNoéMercado
Invierno de 2mil7

Thursday, December 20, 2007

Haciendo la revolución


Andrés Caicedo en la FIL de GDL

El nombre de Andrés Caicedo, escritor colombiano, muerto por medios propios en 1977, a los 25 años de edad, comenzó a sonar ya en México. En la reciente FIL de GDL se presentó su obra -al menos Ojo al cine, El cuento de mi vida y ¡Que viva la música!-.

Rosario Caicedo -hermana de Andrés-, Pilar Quintana, Alberto Fuguet, Sandro Romero y Andrés Acosta hablaron de Caicedo en un primer evento, celebrado en el Salón Alfredo R. Plascencia de la Expo GDL, sede de la FIL. Estuvo lleno. ¿De dónde salió tanta gente joven y no tan joven interesada en Caicedo, sin haberlo leído? Luego, en segundo término y con igual interés de público, se llevó al cabo un café literario en el Pabellón de Colombia, en el que participaron Alberto Fuguet, Sandro Romero y Jorge Franco. El día D para Caicedo en la FIl de GDL fue el 29 de noviembre. Desde entonces, Caicedo ya tiene presencia en México. Sus libros ya circulan entre nosotros.

Al margen del interés que Caicedo suscitó en uno de mis apreciados amigos cuando vio la foto que ahora abre este post por "el paquete que con ostentosa destreza se sobaba", algunas personas cercanas igual se han interesado por la obra de Caicedo. Qué escribió, por qué es tan importante, por qué habría que leer a un autor que se mató hace 30 años, me han preguntado. Decidí que la respuesta sería más certera y conocedora, con más punch, si era de Alberto Fuguet -que por estos días selecciona y edita material inédito de Caicedo para armar un nuevo libro-. Por suerte grabé sus participaciones en la FIL. Fue cuestión de transcribir y hacer un pequeño remix para conocer más de cerca a Andrés Caicedo y a su obra en palabras de AFuguet. Espero que el remix sea fiel a lo dicho. Igual tomé algunas imágenes que más bien demuestran mi inoperancia fotográfica, pero algo es algo y algo es mejor que nada. La intención es ilustrar el texto. La idea fue ésa. Posteo, va:



Rosario Caicedo, Alberto Fuguet, Andrés Acosta


“Haciendo la revolución”
-Palabras de Alberto Fuguet sobre Andrés Caicedo,
pronunciadas en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2007-.



Me siento honrado y contento de ver gente acá, sobre todo a esta hora, que no es la más hot durante la feria. Eso demuestra que ya nos podemos morir tranquilos porque creo que Andrés Caicedo ya existe en México. Lo he visto en los diarios y he visto personas que, aun tímidamente, hojeaban sus libros en el stand de Norma, sin saber todavía quién es él. Uno se da cuenta que ya cayeron: ya entraron en el vicio Caicedo.

Declaro que, hasta hace unos años, yo no tenía idea quién era Andrés Caicedo. Y es más: no sabía, siquiera, con todo respeto a los caleños, que existía una ciudad llamada Cali. Por supuesto, como buen sudamericano u hombre del mundo levemente culto, sabía que en Colombia sólo había dos ciudades: Bogota, que según mi conocimiento tenía muy buenas revistas y muy buenas librerías, y Macondo, un lugar donde yo esperaba nunca ir.



El hermano, el par

A diferencia de muchos jóvenes, yo nunca quise asesinar padres ni abuelos. Al revés: como muchos otros jóvenes, siempre he tenido el serio problema de querer tener padres. Un tanto porque mis papás se separaron, siempre he tenido este rollo de querer buscar figuras paternas, sobre todo literarias. Pero nunca encontraba en castellano. Y las que más se acercaban a ello era gente levemente mirada en menos, por distintos motivos. Uno llamado Mario Vargas Llosa, de quien siempre hablaban como un político, aunque yo pensaba: sí, pero miren cómo escribe. Y después tipos como Manuel Puig o Guillermo Cabrera Infante. Pero, claramente, tenían una sensibilidad distinta a la mía. Escribían, por ejemplo, de la cultura pop y el cine, pero no era el cine que yo conocía. Sabía que Rita Hayworth había sido una mujer muy guapa, pero para mi momento era una señora en un asilo de ancianas, digamos. No conectaba tanto con ellos. Respetaba, sentía que Manuel Puig era de los míos, pero no era exactamente un hermano: era una persona mayor.

Pasan los años. En eso escribo un libro no contra García Márquez, pero diciendo: hasta cuándo todo lo que se escribe en América Latina será sobre pueblos rurales, folclor, lo ocurrido hace decenas o centenas de años. Entonces, digamos que después de mucho sufrir: no un sufrimiento tan fuerte, pero sí después de sentirme bastante solo literariamente, un día estoy en Lima, Perú, haciendo hora, esperando mi vuelo, sin saber qué hacer, y voy a una librería llamada La casa verde, en homenaje a la novela de Vargas Llosa.

Ahí, me encuentro por casualidad con el libro Ojo al cine de un tal Andrés Caicedo. De inmediato, comencé a ponerme rígido porque me di cuenta que era un buen libro, gordo, de cine. Ya me interesa, dije. Le pregunto a la chica de la tienda cuánto cuesta. Me dice una cifra. Casi 120 dólares.

Joder.

Vuelvo al libro. Veo los datos del autor: 25 años, colombiano, y empiezo a hojear: James Dean, Roger Corman, Taxi Driver, películas de terror, cosas muy actuales, y digo: qué es esto. De dónde salió. Compro el libro, me voy al aeropuerto, me subo al avión, son tres horas a Santiago, y aterrizo otra persona.

Fascinado, me encuentro con el hermano que siempre anduve buscando, con el par, con el tipo que yo sentía que me hacía falta para haber sido menos atacado, alguien que me habría podido proteger, que me habría podido decir tú también puedes escribir de esto, no está mal escuchar música en inglés, no eres un traidor por escuchar a Radiohead o a The Rolling Stones, en vez de escuchar rancheras: tú puedes ser chileno o peruano, ecuatoriano, colombiano o mexicano, ver películas extranjeras y, sin embargo, procesarlas localmente.

Ése fue el lado por el que me llegó la fascinación.

Después, también pensé: ¿por qué no lo conocí antes? ¿Por qué nadie me contó de él? ¿Dónde estaba él cuando yo lo necesitaba? ¿Por qué no conocí a Andrés Caicedo y sí a los tipos que decían que yo los rondaba y trataba de robarles libros: por qué ellos nunca me hablaron de Andrés Caicedo?

Eso me dio mucha rabia y mucha bronca y sigo con esa bronca y por eso estoy en México, enojado, ¿ajá?, como haciendo la revolución, digamos.



El Kurt Cobain, Dios


Sandro Romero me dijo algo que me dio mucho gusto: tú eres nuestro hombre Caicedo en Santiago. Y, ahora, acá en México, lo que necesitamos son muchos hombres y muchas mujeres Caicedo: en Guadalajara, en DeEfe, en Tampico, lo mismo que en Madrid, en Barcelona, y en muchos otros sitios, porque Andrés Caicedo es un escritor que puede viajar: su lenguaje, sobre todo en sus textos de no ficción, no es tan difícil o raro o colombiano como la gente podría pensar, sino el de un autor contemporáneo, moderno y nuevo. Puede viajar también a otros idiomas. Creo, por ejemplo, que Caicedo sería un personaje en Japón y podría matar.

En Colombia, para los adolescentes es Dios. Es el Kurt Cobain, de lejos. Las filas en la Feria de Bogota para poder acceder a uno de sus libros fueron un fenómeno que se da en los recitales de rock. Declaro que yo respeto mucho el fenómeno de Que viva la música, pero claramente ya no tengo 14 años para leerlo, pero leer, por ejemplo, El cuento de mi vida a cualquier edad te afecta. O sea, para cualquier persona que la haya pasado mal, ya no digo alguien que se ha matado o está en ello, que haya dudado de sí misma, que esté insegura o que sienta que algunos se han burlado de ella, este libro es impresionante porque está escrito desde el corazón.



Tragar información


Cuando me contaron que había un poco de complicación porque cómo puede lanzarse en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a un escritor que no está vivo, yo les contesté: bueno, a cada rato en Guadalajara lanzan a escritores vivos que ya están muertos.

No me cabe duda de que Andrés provoca algo de morbo como un autor suicida, pero yo creo que si estuviera aquí igual provocaría lo mismo. Sería un tipo extremadamente divertido, al día. Y es un gran escritor: es, digamos, un Cesare Pavese de los blogs. Caicedo comprendió lo que eran los blogs mucho antes de que existieran.

Más allá de la figura del pelo largo o de aquello de que todo el día estaba como volado, Andrés Caicedo, claramente, escribió. Hay toneladas de sus cartas. Las de cine, que mandaba a sus amigos cinéfilos, son alucinantes porque Andrés era un cinéfilo que veía de todo: desde basura hasta gran arte. Era un tipo que veía a François Truffaut, a Roger Colman. Cuesta mucho imaginarse que Caicedo escribió al final de los 60, en América Latina. O sea, si fuera norteamericano habría sido contemporáneo de Jack Kerouac o William Burroughs, de la Beat Generation, o de gente más grande que él como Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald.

Yo soy del tipo de persona que cree que todos los grandes autores, en su momento, siempre fueron contemporáneos. Los malos escritores son los que miran hacia atrás. Es una afirmación quizá fuerte y que tal vez no debería repetir, pero a mí los autores que me gustan siempre fueron contemporáneos: desde los griegos que escribían de las guerras de su momento, hasta Scott Fitzgerald que hablaba sobre los niños tontos que tomaban mucha champaña y bailaban charlestón, mientras el resto del país se moría de hambre.

Andrés escribía como nadie escribía en su momento en América Latina. No quiero aquí atacar a García Márquez, pero cuesta muchísimo entender que en una ciudad de provincia, en Colombia, en los mismos años de Cien años de soledad, había un tipo que sin Internet, sin VHS, sin You Tube, parecía que estaba viviendo en Nueva York. Era un tipo con la información que yo, aun hoy, conozco muy poca gente que la domina. Un tipo que como buen latinoamericano, quizá como buen provinciano, de ese tipo de gente que produce América Latina, es capaz de tragar y tragar información porque la necesita, porque como no la tiene cerca logra traerla hasta sí.


Sandro Romero, Alberto Fuguet, Jorge Franco


El mundo es mejor por Andrés


Una anécdota para terminar. Una vez, Caicedo le dice a un tipo: no puedo hablar contigo, quiero ser tu amigo porque me doy cuenta que tú también hablas y sabes de cine. Pero, en primer lugar, yo soy tartamudo y, en segundo, me da mucha vergüenza hablar de cosas personales. Por lo tanto, mejor te voy a escribir una carta. ¡Le escribió 17 páginas!, donde no escribe casi nada personal, pero sí de cientos de películas y donde uno se da cuenta que se trata del tipo de persona que quiere contactarse con otra porque la siente parecida a sí misma.

Creo que hay muchas formas de entender a Andrés Caicedo. Pero, entre otras facetas, es el gran cinéfilo latinoamericano. Hay gente que va al cine para huir. Andrés iba a refugiarse y dio la vida por el cine. Se dio cuenta que afuera la vida no era tan buena y que había que ver cine. Él vio las películas para salvarnos a nosotros. Porque, más que un crítico: no era un tipo pajero o sobreintelectualizado, quería que la gente fuera a ver las mismas películas que él había visto. En ese sentido, era un psicópata, un cinépata. Él sentía que la gente debía ver sus películas y que, haciendo eso, iba a salvar al mundo.

A lo mejor se dio cuenta que, en el fondo, no iba a poder salvarse él, pero si la gente veía las películas que él veía, el mundo iba a ser mejor. Y yo creo que el mundo, efectivamente, es mejor por Andrés.

Monday, December 03, 2007

Soy fuguetiano


Estuve en la FIL de Gdl 2mil7. Estuve con Alberto Fuguet, hablamos harto. En rigor, él habló harto. Me dio la vuelta, fácil. Conoce tanto de literatura, sabe tanto de cine: lo exuda, posee una amplísima cultura hipertextual, digamos, una agudeza y claridad de pensamiento, que no le pude seguir el paso, ni de lejos. Pero fue una experiencia única. Aprendí cada segundo. O traté. Y sobre todo atestigüé que AF es una gran persona, un tipo sensible. Un tipazo. Lo entrevisté igual. En diversas sesiones multiformato, podría decir.

Hoy lunes, publiqué una primera versión de aquella entrevista en el diario Excélsior: el periódico de la vida nacional. Aquí se puede leer en linea:

http://www.exonline.com.mx/diario/noticia/especiales/comunidad/soy_fuguetiano/64930

Gracias a Excélsior por su interés y obvio a Alberto Fuguet, por ser Alberto Fuguet y por su mundo. Vendrán otras versiones, extendidas, de aquel encuentro. Pero mientras posteo lo que salió hoy:


Excélsior 03-Diciembre-2007
"Soy fuguetiano"
Por José Noé Mercado

GUADALAJARA.- Quién es Alberto Fuguet para Alberto Fuguet, se le pregunta a uno de los personajes de mayor onda alternativa en la literatura latinoamericana contemporánea. Un chileno que no sólo escribe, sino que es un narrador combo, multiformato y multimedia, que visitó la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para presentar la obra del colombiano Andrés Caicedo, un escritor muerto por medios propios en 1977, a los 25 años de edad: “sin duda el autor colombiano más interesante que se haya presentado en esta FIL y más vivo que muchos de los que aquí se presentan a cada rato; digamos un intelectual pop”.

La respuesta podría plasmarse al decir que Fuguet, desde que irrumpió en el panorama de las letras, preguntaba: “hasta cuándo todo lo que se escribe en América Latina será sobre pueblos rurales, folclor, lo ocurrido hace decenas o centenas de años; cómo puedo identificarme con un personaje que pase lo que pase puede morir y resucitar, con una abuela voladora, o con un sitio donde los tucanes hablan”. Hasta que él, y una suerte de hermandad cósmica de narradores, que en diversos países latinoamericanos tampoco encontraban padres literarios en español, en los 90 contrapunteó al establishment con una propuesta más urbana y realista, virtual y no mágica. Hasta que el mítico Macondo se magulló ante el McOndo en el que se vive día a día.

Fuguet, hoy escritor y cineasta, periodista, cinépata, ex crítico de cine y rock, guionista, “uno de los 50 líderes latinoamericanos del nuevo milenio” (según Times y CNN), autor de los libros Sobredosis, Mala onda, Tinta roja, Por favor, rebobinar, Las películas de mi vida, Cortos, Apuntes autistas, Road story y director del filme Se arrienda, no es fácil de definir: es inquieto, lleno de proyectos, con una pila de alta duración que va de dirigir videoclips indie (Máquinas, del grupo Teleradio Donoso, se estrena mañana), a filmar, en breve, un corto para Nokia en el que probará las capacidades de un teléfono celular. No para. Está al día.



El narrador contesta la pregunta. “Creo que es un tipo que, a estas alturas, me cae relativamente bien. Estoy conforme y espero más. Creo que es un tipo levemente perdido y autista que, más o menos, se encontró y encontró su ruta. Digamos que respondo a lo que produce. Me siento cercano a él y a su obra. Me siento afortunado. Agradecido. Quiero seguir creando. Mi curiosidad es inagotable. Tu pregunta es –creo– imposible de responder. Pero nada: no creo que valga la pena atacarme, porque sería pose. Y alabarme sería de mal gusto. Pero lo que más me acomoda de Fuguet –y esto de hablar en tercera me complica– es que, después de años, creo que he logrado ser fuguetiano. Ésa ha sido mi meta y ahora las futuras tienen que ver con consolidar ese planeta en el cual vivo y que he, digamos, creado. El planeta que habitan mis personajes”.

Pero otros, los del canon literario, sí que lo han atacado. Algunos años, incluso, dejó de escribir. ¿Lo dañaron? “Creo que lo intentaron, sí, pero no lograron la meta de, para decirlo paranoicamente, silenciarme. Yo esperaba ser aceptado, pero no sucedió así. No sé si fue una crisis, pero sí tuvo que ver, creo, con querer desaparecer, ser anónimo, no publicar para que no me jodieran. Por lo tanto, si me callé por unos años antes de Las películas de mi vida fue para sobrevivir: dejar de ser mediático, dejar de estar expuesto. Creo que, más que crisis, fue como la resaca McOndo. Me dije: ya que me odian tanto, quizás deba callar. Pero seguí creando y comenzó mi acercamiento al cine. Buena parte de Cortos lo hice en ese periodo de silencio".

Alberto Fuguet sabe que muchos escritores serios, autores que se quedaron atrapados en una antigua forma de entender el mundo, que desconocen los nuevos formatos, como los blogs, internet, los medios alternativos para enchufarse a la vida, lo miran menos. “No me incluyen, para ellos soy un freak. Pero en rigor tampoco me interesan sus premios, ni su prestigio, si para obtenerlos he de transar, de venderme. El único premio que quisiera obtener es el Oscar.

“Al final, todo se trata de narrar. De crear personajes. Eso es todo. Sentí que estaba creando un mundo mío cuando era crítico y lo mismo sentí cuando estaba filmando un largo o reporteando o escribiendo una novela. Lo que deseo es que la suma de todo sea coherente, tenga un perfil y sea, claro, personal, aunque eso implique no ganar premios, no ser respetado, no ser parte del canon”.

Sunday, December 02, 2007

Lucia di Lammermoor en Bellas Artes

Posteo mi crítica de la Lucia en Bellas Artes que cerró la anoréxica temporada de ópera de la CNO. Líricamente se acabó el 2mil7 en BA, cuando nacionalmente apenas iniciaba. ¿Para tan poco un aparato burocrático institucional enorme? No sé. Es como que demasiado caldo para tan poco pollo. En fin. La posteo. La cuelgo, va:


Lucia di Lammermoor en Bellas Artes
Por José Noé Mercado

Hay que ser congruentes. La comunidad operística de México exigía, en general, de una u otra forma, que la Compañía Nacional de Ópera presentara producciones líricas que aprovecharan más a fondo la infraestructura y el talento nacional. Desde cuándo somos tan chauvinistas, hay quien ha preguntado bajo la seducción de las importaciones. Cero chauvinismo, no se trata de eso. Como debemos suponer que tampoco se trata de entreguismo o malinchismo de la otra parte. ¿O sí?

El caso es que ahora, los pasados 29 de noviembre, 2, 4, 6 y 9 de diciembre, la CNO presentó cinco funciones de Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti, en una producción mexicana, que ciertamente incluyó algún invitado extranjero. Muy bien. Hay balance. Eso debe aplaudirse, puesto que el problema y las críticas que en los últimos meses, inicio de esta administración, se venían acumulando no eran por presentar montajes de otras partes del mundo. Bueno, de Argentina. La cuestión es que no era además de los nacionales que, podría pensarse, son factibles ya que por si alguien no lo había notado, en México abunda el talento. Un aplauso, entonces, en ese sentido. Seamos congruentes, pues.

Lucia, además, sigue ganando batallas. La música de Donizetti se cuela por las rendijas —o boquetes enteros— de romanticismo del público y, si bien la trama de esta ópera no es ejemplo de originalidad en ningún sentido, logra sostenerse hasta el final.



Pero la obra en sí misma no es todo, no en ópera, género donde hay montaje e interpretación.

La parte vocal no merece menos palmas. En el rol protagónico, alternaron las sopranos Eglise Gutiérrez y Olivia Gorra. La primera, poseedora de una voz, de trinos, y coloratura en general, de timbrado hermoso, con una emisión carnosa, que resolvió bastante bien los retos de la partitura. Olivia, la veracruzana, ofreció funciones como hace mucho no lo hacía: en plenitud absoluta de facultades, con brillantez vocal e interpretativa. Sus coloraturas fueron precisas, luminosas, con entrega y rigor técnico. Bien.

Como Edgardo di Ravenswood, igual alternaron los tenores José Luis Duval y Fernando de la Mora. Ellos, asimismo, pusieron muy alto el nivel de interpretación canora. Duval, con fuerza y entrega, nobleza vocal y enjundia sonora que incluyó los sobreagudos optativos, además con un infrecuente pero al cabo feliz fuelle histriónico, hizo callar a los cotilleros, que nunca faltan, que esperaban ver opacada la actuación de Duval, en contraste con el despliegue de su voz. Por su parte, Fernando de la Mora, tan apto para el repertorio francés y el belcanto, demostró nuevamente que es un tenor de gran calidad y elegancia en su técnica y fraseo, cálido.

Si algo caracteriza al barítono Jesús Suaste es su solvencia para salir adelante de sus compromisos y la interpretación de Enrico Ashton no fue la excepción. Otro que estuvo en un nivel óptimo vocal y actoralmente, fue el bajo internacional Noé Colín, en el rol de Raimondo. Su instrumento corrió con brillo, aun en su oscuridad, por el teatro. Arturo Valencia, Zaira Soria y Luis Alberto Sánchez complementaron el elenco de solistas, como Arturo, Alisa y Normanno.



Al frente del Coro —preparado por Mauricio Baldin, y que por los soplones tras bambalinas que se escuchaban hasta la galería podemos deducir que aún no se aprende Lucia— y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, Edoardo Müller hizo una lectura personal, de buen resultado sonoro, digamos. El sonido tuvo consistencia y se apegó al estilo. Los peros a su batuta podríamos encontrarlos en sus tiempos, algo aletargados que robaron brillo y emotividad en algunos pasajes a la música, o bien dificultaron fraseos y respiraciones de ciertos solistas. No en todo momento, cierto.

La puesta en escena correspondió al debut en Bellas Artes de María Morett, quien a pesar de las grillas que le armaron en la CNO, cumplió con un trabajo destacado, en la medida de los tiempos, no tan amplios, que tuvo para los ensayos y para preparar la escenografía junto con Philippe Amand, quien igual se encargó de la iluminación.

La historia fue contada por Morett. El discurrimiento escénico se cumplió, aun si se cuestiona qué tanta fusión hubo o no hubo entre elementos virtuales, como la proyección de imágenes pixeleadas y que se trababan en sus ciclos de repetición, y la escenografía tipo roperazo, es decir la física y tradicional, digamos, que además en varios cuadros estaba —paradoja verbal— descuadrada e involuntariamente asimétrica. Sin decir que la iluminación, a veces caía sobre nadie, mientras los solistas estaban en penumbras. ¿El vestuario de Violeta Rojas fue diseñado en su totalidad ex profeso para este montaje? Lo mismo podríamos preguntar sobre el diseño de escenografía. Los reciclados, por más valor que tengan para disminuir costos, siempre serán reciclados y no siempre embonan entre sí.

En todo caso, aunque los resultados en muchos sentidos no sobresalgan de la medianía lírica en que está sumida la ópera en Bellas Artes, en esta producción se ve que hubo trabajo y ganas e intención de aprovechar los recursos y talentos artísticos de que se dispone. Ya es un primer y pequeño paso, bien, aunque la excelencia todavía está a kilómetros y sigue corriendo.