Sunday, November 30, 2008

Santa Anna en el Teatro de la Ciudad



Mucha gente quería leer mi crítica de Santa Anna en el Teatro de la Ciudad. Como pocas veces, me han pedido que la coloque en el blog. Y nada. La posteo, para satisfacer la ansiedad de los lectores. Las fotos, por cierto, son de Alejandro Amezcua-Secretaría de Cultura de la Ciudad de México. Eso

Santa Anna
en el Teatro de la Ciudad

Por José Noé Mercado



—No —me responde contundente Carlos Fuentes.

El autor de Agua quemada viste traje color champaña, camisa blanca sin corbata, cinturón café. Se acaba de quitar unas gafas de sol y me mira a los ojos. Le pregunté si quedó contento con Santa Anna, ópera que lleva libreto de su autoría y música de José María Vitier, estrenada hace 4 días en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris.

—No —me repite mientras firma mi programa de mano—. Hay que trabajar en muchos aspectos para mejorarla.

De acuerdo. Que el libretista mismo no haya quedado satisfecho es ejemplo de autocrítica y de que, en efecto, la primera incursión de Carlos Fuentes en el género operístico no fue lo que se esperaba. O, desafortunadamente, quizás sí.

Santa Anna se estrenó oficialmente, como parte de los maratónicos festejos por el 80 aniversario de Carlos Fuentes, el pasado 20 de noviembre en el coloso de Donceles, esa misma calle donde vivían, viven, Doña Consuelo y Aura. Aunque para un día antes, el miércoles 19, se invitó a la prensa a una función con invitados especiales como público, que serviría también como ensayo general.

En realidad, la obra, que versa sobre el 11 veces presidente de México, Antonio López de Santa Anna, más que al operístico podría acercarse al género del musical. A la opereta, quizás. A la revista musical, incluso. Al de los sketches per música, que funda. El tratamiento del tema, con más valor anecdótico que rigor histórico, su tono de farsa intencionada, pero sobre todo la involuntaria, pueden llevarnos a pensar, de hecho, en un vodevil. El asunto no es menor, porque justamente esa frontera de cristal que se rompe y se reparte en varios géneros nos habla de su naturaleza híbrida, que le permite a Santa Anna ser discutida en múltiples sentidos. Como mérito y como desmérito de sus autores.




El acercamiento de Fuentes al personaje de Santa Anna no es siquiera polémico. Para ello se requeriría más profundidad en su armado. Se queda en lo superficial, en lo chusco, en lo festivo de su drama. El libretista, con un lenguaje que no es el de la época que trata, ni el de la actual, sino el de Carlos Fuentes, más en concreto: el de sus últimas novelas, en las que irremediablemente caricaturiza con supuestos arquetipos lo que aborda, plasma un Santa Anna, un personaje, un pueblo entero, que no produce empatía alguna. ¿El autor querrá a sus personajes al escribirlos? ¿Se dará el tiempo de comprenderlos?

Porque en la obra vemos mexicanos agachados, folclóricos, serviles al poder, suspirantes enloquecidos y egoístas a la silla del águila. Lo discutible no es que, en efecto, algunos mexicanos no hayan sido o sean así. Pero no hay matiz y sí encasillamiento y clichés. ¿No hay posibilidad de cambio de piel en esta tierra nuestra?

Por otro lado, en Santa Anna, el libretista Fuentes intenta abordar demasiadas vertientes de quien se hiciera llamar su Alteza Serenísima: la intimidad, su figura pública, sus pasiones, su ambición, sus mujeres, sus aficiones, pasajes históricos, sin duda muchas más, pero poco aprieta. Todo posible drama se diluye en una acumulación de repasos elementales de nuestra historia tratados a vuela pluma. Para Maximiliano y el asunto del imperio bastan dos minutos, la Guerra de los Pasteles “fue una guerra de donceles indigestos con ecler” y la oportunidad para crear un corito ramplón, la defensa de Chapultepec no le interesa a Santa Anna: prefiere echarse un coyotito mientras todo pasa, el asunto de la batalla de Churubusco y el general Pedro María Anaya lo despacha como un real-one-liner: “si tuviera parque, se levantaría contra mí” y, para él, Benito Juárez no pasa de ser “el indio oaxaqueño que me servía la mesa”.

El defecto que teatral y escénicamente acarrea lo anterior es que se tiene una trama gaseosa, sin nudo ni tensión, que sí termina, pero que lo mismo podría extenderse por más y más anécdotas, por lo general, accesorias para el drama. El argumento no termina de perfilarse, es nebuloso como el propio personaje de Santa Anna, que, sin un cierto conocimiento de la historia de México, es incompleto y descontextualizado. Por lo demás, de todo esto nos enteramos como espectadores, pero casi nunca lo vemos en el escenario. Santa Anna, un hombre históricamente de acción, aparece en esta obra preferentemente pasivo, contando, recordando, no viviendo. Es un tipo de muchas palabras.




Para Santa Anna, Carlos Fuentes recurre al verso, a la rima obvia y redundante, sin vuelo poético. Se equivocan quienes han señalado que Fuentes falla al componer su libreto. Es evidente que eso busca, con toda intención. No fallar, sino hacer implícito, a través de la elección efectista de su lenguaje, un cierto choteo. A estas alturas, para ningún lector levemente enterado resulta un secreto el riquísimo manejo y la fuerza desmedida con la que Fuentes es capaz de emplear el idioma español (acusarlo de ripioso es falso y muestra de ingenuidad). Pero aquí, el autor, evidentemente, optó por la sátira (a veces por el chiste desangelado) no sólo del habla y la idiosincrasia (supuesta) de los mexicanos, sino del género lírico-escénico y sus convenciones.

Quien critica a Fuentes por usar en sus versos palabras como ataca, hamaca, calaca, matraca, se olvida de muchas cosas. Por ejemplo de manina-vicina-signorina, giova-trova, fortuna-luna, vivo-scrivo. Claro, un fraseo en español nos suena distinto que en italiano, en alemán o francés, los idiomas principales de la tradición lírica. Pero la cuestión importante es que este uso del lenguaje no ayuda a que el libreto funcione del todo en Santa Anna. Por el contrario, lo acartona aún más.

En ese sonido acartonado, desde luego, tiene que ver el trabajo del compositor cubano José María Vitier, que no siempre exprime la musicalidad de las palabras de Fuentes, pues las deja muchas veces en el recitado o en el diálogo teatral, lo que subraya, obvia, la rima.

En sí, Vitier compuso una obra ecléctica que no logra obtener identidad propia ni le crea una al libreto de Santa Anna. Explora ritmos, texturas y géneros (las coplas y los sones y los bailes jarochos y la inclusión misma del grupo Mono Blanco es una postal mexican curious que envidiaría Amalia Hernández), pero se limita a acompañar las acciones. A no estorbarlas o, incluso, a callar en el transcurso de algunos pasajes, como guardándose para los aplausos, donde también hay música y donde más de uno aseguró encontrar lo más vistoso de la partitura, lo cual no puede ser sino una exageración, porque Santa Anna tiene dos o tres momentos elogiables por su belleza lírica: el aria del protagonista en el primer acto, en la que se confiesa más partidario del amor al poder que al amor por las mujeres, un dúo y un terceto del segundo acto.



Por lo que respecta a la interpretación, el tenor Fernando de la Mora, como Santa Anna, le dio a esta producción dignidad y profesionalismo incuestionables en materia de canto. Este artista mexicano demostró lo expresiva y generosa que puede ser su voz. Ojalá el público siempre pudiera observarlo en tan buenas condiciones y con esa entrega merecedora de aplauso. La mezzosoprano Verónica Alexanderson, en el rol de Tosta, igual mostró un canto cálido y de un color rico y atractivo. Su interpretación fue completa y quizá haya sido una de las mejores de cuantas le hayamos observado en su carrera. La también mezzosoprano Grace Echauri fue la Nana y sacó adelante su personaje con buena voz y mejor actuación. Lourdes Ambriz fue Inés. En la función especial decidió no cantar, en víspera del estreno. En el estreno se le escuchó algo mermada, enferma. Hernán del Riego fue una Muerte llena de histrionismo, pero amanerada al borde de la risa, loca. Del Riego es más actor que cantante y eso quedó en evidencia. Soportar el peso del final de la obra hubiera sido imposible para él si no ya la obra se hubiera resquebrajado antes, por todo lo expuesto.

La dirección escénica de Lorena Maza tuvo como virtud encontrar soluciones a los problemas de continuidad planteados por la trama. Aunque esa continuidad haya sido repetitiva o números cerrados, sketches o chascarrillos escénicos o lo que fuera, para desarrollar las acciones. El diseño de escenografía de Mónica Raya lució, aunque también resultó iterativo y sin rigor histórico. Tampoco es que fuera necesario que lo tuviera, pero, por ejemplo, ¿cuántas estrellas debió tener la bandera de Estados Unidos? La iluminación de Víctor Zapatero fue tan efectiva como en general el vestuario de Edyta Rzewuska.



Al frente de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México estuvo el propio compositor, José María Vitier. El sonido brindado, igual que el de los cantantes, lamentablemente, se vio afectado por una inadecuada sonorización que le restó naturalidad a la música y al canto. ¿Será verdad que algún día el Teatro de la Ciudad tuvo una magnífica acústica? A como está ahora, resulta increíble.

Trascendió que el importe de esta producción, a cargo de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y la Universidad de Guadalajara (lugar donde se presentará el 1 de diciembre), rondó los 8 millones de pesos. Lo importante, es de suponer, no es el dinero. Es ser parte del homenaje, rendirlo. Ya en nuestra historia le tocó incluso a la pata de Santa Anna recibir algunos. Ahora es el turno de Carlos Fuentes. Pues qué le vamos a hacer, si aquí nos tocó vivir.

Tuesday, November 25, 2008

El precio de partir

Edmundo Paz Soldán. Foto: Jorge del Campo

"Ése es el precio que pagas cuando partes: los objetos no se quedan donde los dejaste, los amigos difuminan tu recuerdo apenas les das la espalda, los parientes no te vienen a buscar porque los tenues lazos se estiraron en la distancia y terminaron quebrándose. El mapa de la isla del tesoro que se pierde. Les ocurre a todos porque todos, tarde o temprano, parten a algún lugar".


La materia del deseo
Edmundo Paz Soldán

Tuesday, November 18, 2008

Entrevista con José María Vitier: Lo bello armoniza con lo contemporáneo


Hoy, martes, salió en el periódico Excélsior una versión de la entrevista que le realicé al compositor cubano José María Vitier, autor de la ópera Santa Anna, que lleva libreto de Carlos Fuentes, y que será estrenada el jueves 20 en el Teatro de la Ciudad.

Todavía, supongo, se puede conseguir el diario impreso. Aún es hora. Por si no, pongo un link a la página web de Excélsior, donde puede leerse esta conversación: clik akí.

Igual, la posteo. Es importante y, de alguna manera siempre atractivo, hablar de la ópera como un género contemporáneo. No sólo hablar de historia, sino de presente y, por lo visto, futuro.

Eso.

Excélsior
18-Noviembre-2008
José María Vitier: “Lo bello armoniza con lo contemporáneo”

Por José Noé Mercado

El entrevistado, José María Vitier, se presenta así: “Yo soy un músico cubano. Tengo 54 años de edad y hace más de 34 que desarrollo una carrera profesional en la que he compartido actividades al tocar el piano, mi instrumento, al componer para cine, radio, teatro, televisión y salas de concierto y, más recientemente, al dirigir mi propia música. A pesar de que mis padres y el apellido Vitier se relacionan, sobre todo, con las letras y la filosofía, la música tuvo un lugar privilegiado en mi familia”.

Por estos días, Vitier se encuentra en México para una encomienda no menor: mantener vivo el género operístico, a más de 400 años de su invención. Más particularmente, para estrenar el próximo jueves, en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, su ópera Santa Anna, la primera en su catálogo, que lleva libreto de Carlos Fuentes, en el marco del homenaje nacional que se le rinde al escritor de Terra Nostra por sus 80 años de vida.

“Es difícil determinar cómo los proyectos se encuentran con uno”, afirma el compositor para relatar el origen de esta colaboración con Fuentes. “Hubo una suma de casualidades y buena suerte, en el sentido de que la agencia que se encarga de la obra del maestro Carlos Fuentes conocía mi trabajo. Cuando él anunció que tenía el libreto para una opereta, le sugirieron mi nombre. Al parecer no le resultó desconocido mi apellido y me eligió a mí, pues entiendo que había otros candidatos. De inmediato se comunicaron conmigo y le envié una cantidad importante de mi obra para que tuviera una visión clara de mi música y decidiera con conocimiento de causa”.

Luego de ser elegido, Vitier recibió el libreto de Santa Anna y comprendió que “quizás Fuentes me seleccionó porque buscó una mirada desprejuiciada, la de una persona no mexicana, para tener una visión imparcial, digamos, al componer la música de los hechos que él narra en la obra. Nunca lo he hablado con él, pero esa es la impresión que tengo”.


— ¿Cómo definieron lo que compositor y libretista querían en Santa Anna?

Primero tuve un encuentro con Fuentes en marzo, aquí, en la Ciudad de México. Me abrió las puertas de su casa para trabajar una semana con él, con Lorena Maza (directora escénica de la puesta) y demás gente de la producción. Fue revelador. Yo planteé mis primeras ideas y preocupaciones y descubrimos que teníamos enfoques en común. Fuimos afines desde un principio. Los referentes que quería para la ópera eran los mismos que yo había imaginado: el tipo de sonoridad, la personalidad de los personajes y el carácter ecléctico del trabajo, ya que incorpora diferentes estilos. Al inicio, Fuentes le decía opereta a la obra, pues incluye diálogos. Yo le llamaba ópera de cámara, porque tiene una orquesta reducida. Pero luego, Santa Anna, con la ambición del proyecto, las ideas de Lorena Maza para solucionar la escena, con el tipo de cantantes que convocamos, ha tomado otras dimensiones que nos indican que estamos claramente en el terreno de la ópera.

— Y, en sí, como obra de arte, ¿qué les interesó plasmar en esta ópera?

Hablé de muchas cosas con el maestro Fuentes, porque, afortunadamente, es un gran conocedor de la música, de la ópera en específico, y tenía una idea muy clara de lo que quería. Hablamos en términos de que ésta no iba a ser una obra, digamos, de un lenguaje duro, atonal, difícil. Quisimos hacer una obra de comunicación que buscara emociones y que constituyera una búsqueda de belleza en sí misma, que no fuera solamente una clase de historia, sino también una ópera que sostuviera valores musicales tradicionales. Eso me interesó mucho, porque considero que lo contemporáneo no está reñido con lo hermoso.

Una buena melodía siempre se agradece y a Fuentes le pareció bien mi intención de trabajar la línea melódica hermosa. Conversamos también del tono de farsa que tiene por algún momento la obra, igual que cierto tono de musical, de la muerte como personaje, de su tradición en la cultura mexicana, y del contrapunto que tiene con el personaje de Santa Anna, no sólo la figura pública, sino en su vida íntima, como persona. En ese sentido, la ópera intenta matizar, profundizar en la personalidad de Santa Anna, totalmente demonizada por la historia. Al respecto, la mirada de Fuentes es mucho más profunda y lúcida, encuentra muchos matices en una persona víctima de sus pasiones.

— ¿Qué podríamos decir de la estructura y estilo musical de la obra?

La obra transcurre con base en diálogos hablados, arias, duetos, algún trío e incluso cuarteto y participaciones coreográficas. Hay momentos en que yo diría que Santa Anna es verista en el sentido de que es apegada, visualmente inclusive, a los elementos reales de la historia. Pero hay otros instantes en que todo se vuelve más minimalista y simbólico. También, por el origen veracruzano de Santa Anna, el guión exige sones y coplas, y en este montaje contaremos con la participación en escena del grupo Mono Blanco. Es decir, podríamos pasar mucho rato hablando de esta ópera pero, a mi juicio, es difícil encasillarla.

— Al margen de esa diversidad de vertientes, en la forma parece estar presente la escuela operística italiana…

Saca partido y provecho de ella, sobre todo cuando uno sabe que los cantantes están formados bajo esa escuela y es el lenguaje que dominan y en el que se expresan mejor. Por eso como compositor mi primera labor es entusiasmar a los intérpretes para ver si entonces así podemos emocionar al público. En el caso de los cantantes, digamos que mi labor es procurar que sientan sus voces honradas.

La idea ha sido componer una ópera de duración razonable, en la que sus dos actos den tiempo para exponer los rasgos esenciales de los personajes y hacerlo de una forma que deje las ideas en movimiento, que deje a las personas meditando, reafirmando o enriqueciendo su visión de Santa Anna.

— Muchos compositores contemporáneos se lamentan de la carencia de buenos libretos para la ópera. El de Santa Anna es la primera incursión de Fuentes en el género. Más allá de la calidad de su pluma, ¿es un libreto que funciona en lo operístico?

Como se sabe, en la época dorada de la ópera, los libretos no siempre eran de la mejor calidad y se convirtieron en un mundo de esquemas y clichés, donde la figura principal no es la historia ni el compositor, sino el intérprete. La historia operística sufrió por eso y sólo el talento de algunos compositores salvaron el prestigio del género. Ahora, los músicos somos más exigentes en cuanto a los libretos. En el caso de Santa Anna, es una suerte grande la de contar con un escritor como Carlos Fuentes, porque no siempre se da la posibilidad de tener un libreto que posea una sólida tesis, un mensaje contundente y que, además, contenga belleza.

Yo, como compositor, no necesito efectos rimados ni mucho menos, pero sí un ritmo interno para idear e hilvanar la música con el texto. Y en este caso lo hay. Uno toma decisiones. Por ejemplo, algunas partes me parece que adquirieron mayor fuerza cantadas, otras, sobre todo tratándose de una historia donde hay mucha información, son más expresivas si sólo se hablan, pues así evitamos hacer una ópera estilo Anillo del nibelungo en duración.

Thursday, November 13, 2008

Ópera Actual


En el número 115 de la revista española Ópera Actual, correspondiente al mes de noviembre-2008, se incluye mi crítica de Manon Lescaut en el Teatro de la Ciudad. 

Es una versión breve de mi crítica publicada en este continente, claro, pero igual es relevante aparecer en una de las dos revistas líricas especializadas que se editan en el mundo (la otra, en efecto, es la mexicana Pro Ópera y ahí publico qué rato). 

Siempre es grato aparecer publicado en papel en el viejo continente. Y nada, gracias a quienes intervinieron para que ahora, de alguna manera, mi opinión sea (formalmente, pues con Internet de alguna forma lo ha sido siempre) intercontinental.

 

Saturday, November 01, 2008

Pro Ópera nov-dic 2008


1 de noviembre, día de muertos. Jálogüin. Inicia el último bimestre de 2008, la recta final del año. Y puntual aparece la edición nov-dic-08 de la revista Pro Ópera. Viene muy completa. Veamos.

La -magnífica- foto de portada es autoría de Ana Lourdes Herrera, pero el texto que le da pie es mío. Se trata de una entrevista a la gran soprano María Katzarava, recientemente triunfadora de Operalia, certamen de cuya edición 2008 Charles Oppenheim brinda un repaso en contexto.

Igualmente publico una entrevista con el tenor Alfredo Portilla, quien celebra en este 2008 dos décadas de canto profesional.

También mío viene la columna Ópera en México - México en el Mundo -sección donde igual aparecen textos de Lázaro Azar y Maricarmen Páramo-, mi crítica de Manon Lescaut en el Teatro de la Ciudad, y una respuesta que doy a una misiva entre las diversas Cartas al Editor, en la que me hicieron recordar al maestro Claudio Lenk, qdep, y sus Veladas literario-musicales.

Este número de Pro Ópera incluye también un artículo de Ramón Vargas sobre la recientemente fallecida Gilda Morelli y el Concurso Morelli, la sección Ópera en los Estados -con textos de Julia Amador, Lázaro Azar, Gabriel Rangel, Ricardo Marcos y Jorge Arturo Alcázar-, una entrevista de Mónica Belinda Garza al maestro Franco Iglesias, un par de textos de Xavier Torresarpi a propósito de las trsnsimisones del Met en el Auditorio Nacional, una panorámica de José Octavio Sosa sobre el compositor mexicano Melesio Morales, una reseña de Arturo Magaña Duplancher sobre el libro de Tomas Quasthoff, el ensayo La voz de la ópera de Darío Moreno, y novedades discográficas comentadas por Ingrid Haas.

Uf. De verdad, éste es un número que trae mucho. Puede leerse en línea: http://www.proopera.org.mx/, pero siempre es mejor tenerla y leerla en papel. Ojalá que se disfrute o, mínimo, que resulte de interés para los operistas, melómanos y curiosos en general.

Eso.
UPDATED: No había visto que en la sección cibernética Otras Voces, apareció un sondeo sobre Gilda Morelli y el Concurso Nacional de Canto Morelli. 20 artistas de nuestro ambiente lírico expresan sus comentarios al respecto. El texto lo firmamos al alimón Charles Oppenheim y yo.