Tuesday, March 31, 2009

Ensuciar


"No es tu sexo lo que en tu sexo busco
sino ensuciar tu alma:
desflorar
con todo el barro de la vida
lo que aún no ha vivido".


Diario de un seductor
de Leopoldo María Panero


Sunday, March 29, 2009

Gran Torino es grande


"...Pero de que emociona, emociona ene. Imagínense que hasta yo estaba con ojos de Candy, y eso que soy terrible de recio...".


Saturday, March 28, 2009

Como animales

Fuente: Moleskine Literario

"Quizá lo más lamentable, lo enfermizo, de todos los animales es que terminan pareciéndose a nosotros por más horrendos y distintos que sean. Que seamos nosotros. Nuestra vida, la síntesis de una serie de costumbres animales.

"Y no todas son agradables.

"Hacemos reír a los que queremos que nos amen, como micos. Somos fieles a nuestros amigos, como perros. Comemos la fruta con la mano como conejos. Inflamos nuestros cachetes llenos de comida y la rumiamos lentamente como ratas. Dejamos de ser nosotros mismos, cambiamos de piel como serpientes.

"Nos aprovechamos de los demás, como buitres. Terminamos meando encima de lo que creemos nuestro, como felinos.

"Nos reímos como hienas, lanzamos zarpazos de pánico como osos.

"Mónica me dio el primer beso cerrando los labios, haciendo un pico, como un pájaro.

"O como un animal extraordinario, incomprensible, un ornitorrinco.

"Cuando su útero soportaba el peso de Paulo parecía un marsupial. Una larga y ondulada madre canguro.

"Y yo, pasándola mal después de la muerte de Paulo, cuando me atenazaba el insomnio, aquellas noches en vela aferrado a su espalda y su respiración también intrquila, me había convertido en un animal vulnerable, un animal en extinción".



Un lugar llamado Oreja de Perro
Ivan Thays
Editorial Anagrama, 2008

Monday, March 23, 2009

Don Giovanni en el Teatro de la Ciudad


Posteo mi crítica sobre el Don Giovanni en el Teatro de la Ciudad. Algunos la esperaban hace días. Se acabó la espera. Las fotos me las mandó un amigo al que se las mandó un amigo que participó en la ópera. Creo que sirven para ilustrar. Si tienen algún crédito, pueden hacérmelo saber para consignarlo. Mientras, uso el derecho de circulación de la red.

Ah, y al final incluyo el trailer de esta producción, al que hago referencia en mi texto. Me gustó, más que el trailer en sí mismo, el concepto de haberlo hecho. No es común en la ópera mexicana y, la verdad, no les quedó mal. De hecho, les quedó mucho mejor que la ópera.


Don Giovanni en el Teatro de la Ciudad
x José Noé Mercado


Piénsalo así. Esa sensación que se experimenta al escuchar una Traviata en alemán, un Tristán en italiano, un Rigoletto en inglés o ahora una Carmen en mapuche, es lo que tú sentiste en el Don Giovanni de Mozart que presentó el 25 Festival de México en el Centro Histórico en coproducción con la Compañía Nacional de Ópera. Sí, el del Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, 12, 15, 19 y 22 de marzo.

Te decía, te digo, eso fue lo que sentiste ahí, sentado en tu palco del primer piso. En rigor, sí presenciaste Don Giovanni, la escuchaste, pero, al mismo tiempo, no te cuadró: te la cambiaron, de algún modo. Y consideras que si sabe a otra cosa, es como si no la hubieras escuchado. No fue la que tú conoces. ¿O sí? Dudas, pero en el fondo sabes de lo que hablo porque tú eres operista. Has escuchado Don Giovanni muchas veces antes, la has visto y aplaudido en diversos teatros. La conoces bien. Es tu ópera favorita. La de muchos. Pero esta vez, casi, te durmió.

Es verdad. Este Don Giovanni se cantó en italiano. Como es. Aunque la sensación de La traviata en alemán o demás ejemplos igual no desaparece. Te preguntas por qué. La música. La dirección, los cantantes. La forma de interpretar. Ahí, supones, está la respuesta. A ver, paso a paso.

La música sí se dio a partir de la partitura. Las notas de Mozart se hicieron sonido. Pero los tiempos pesados y lentos, no a la contundente imagen y semejanza de Furtwängler por ejemplo, sino a la manera incolora, desangrada e inexperta en este autor y repertorio del concertador británico Philip Pickett, al frente de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, cambiaron todo. Con tiempos rápidos en los que debía ir lento, lentos cuando debía acelerar. No le halló la forma ni a un minueto.

La lectura del director fue plana desde la obertura y le robó a la música esas sinuosidades de galantería, de festividad excedida, de melódico drama jocoso que se despliegan en esta ópera que Kierkegaard defendió como la mejor obra de arte jamás realizada.

Ahora no pienses en idioma del libreto, en realidad no estás hablando de eso, sino en lengua musical y de cualquier manera el resultado es el mismo: la sensación pegajosa e incómoda del Tristán en italiano o el Rigoletto en inglés, musicalmente hablando. Por eso, la intención, la imagen musical de este Don Giovanni fue muy distinta, y te hizo pensar más de una vez que estabas escuchando un madrigal o algún otro género renacentista. Fuera de lugar, cero qué ver, tratándose de este caso.

Así, lo sabes ahora, la sustancia sonora de este Don Giovanni estaba desde un inicio más condenada que al final Don Giovanni. Todo, por seleccionar inadecuadamente al director musical para esta producción. Apto, o al menos conocedor, en el repertorio antiguo, pero con escasa competencia en Mozart, cuya música planchó.

Pickett afirmó en el trailer con el que promocionaron este montaje que ésta es la mejor producción de Don Giovanni de la historia. Eso te pareció, es, una falsedad. Una boutade, una argucia para pasar gato por liebre, manía por lo demás muy propia de la Compañía Nacional de Ópera en tiempos recientes. O una ignorancia extrema, como suele decirse, irreverente y atrevida, de la que por fortuna ni tú ni buena parte del público operista de México forman parte.

La puesta en escena, en la que intervinieron, como leíste consignado en el programa de mano, muchos más asistentes, realizadores, diseñadores y actores que cantantes, correspondió al debutante en el género Mauricio García Lozano, quien comenzó por ilustrar la obertura, ya que ni a Mozart ni a Da Ponte, faltos quizá de talento o imaginación, se les ocurrió nunca hacerlo. Y te consta que esa ilustración, además, fue moneda falsa y superficial.

Usar a un actor porno ejerciendo su oficio, o simulándolo, que es peor, con todo tipo de mujeres para, justamente, dibujar las andanzas de Don Giovanni es una lectura simple y apresurada de esta obra. Como si tú como público fueras Donna Elvira y necesitaras una entrega del aria del Catálogo ilustrado.

Tú entendiste que el director de escena quería provocar, buscaba polémica. Es un viejo truco para darse notoriedad en el que no caíste. Porque, uno, Don Giovanni no es un Dirk Diggler o un Rocco Siffredi, aka El semental italiano. Basta poner un mínimo de atención a la trama para darse cuenta que Don Giovanni, en realidad, no puede conquistar a nadie, ni a una campesina. Aunque por supuesto quiere, lo necesita. Más que un consumado semental, es un personaje profundamente trágico, al que vemos en escena en un fracaso tras otro. Y, dos, porque ese tono porno no fue consistente a lo largo de la función. Para ello habría que atreverse no a escandalizar sino a ser congruente, que es todavía más complejo. Lo soft, lo fresa, comenzó una vez que concluyó la obertura ilustrada, con un Don Giovanni púdico, ya con ropa interior. Y así se mantuvo, incluso si pensamos en que mostraba el pecho o en el final del primer acto en un conjunto topless que disolvió al verdadero disoluto o en la cena con el Comendador, en la que casi se sienta, o arrima su pubis, sobre un cisne, símbolo ambiguo de lo fálico o lo femenino, lo depravado o lo homosexual, lo puro, la belleza o lo virginal, dependiendo de la interpretación.

Lo que sí reconoces es que el trazo de Maurico García Lozano fue dinámico. Hubo mucho movimiento acertado, buena dirección, con los artistas. Aunque el concepto, en general, no aportó gran cosa para impedir el sopor de una escena más bien oscura, cansada de ver. Y, lo que es peor, a veces tanto movimiento terminó por distraer, por interrumpir al solista que, en algunos casos, debe estar en escena precisamente solo.

Aunque te reconoces fan de Jorge Ballina, a quien sin duda ubicas como uno de los dos mejores escenógrafos mexicanos en la actualidad, esta vez su propuesta te distrajo por su protagonismo. En aras de funcionalidad y dinamismo y variedad en la perspectiva del espectador, la escenografía no se quedó quieta y los tramoyistas se metían una y otra vez a cuadro escénico, incluso a la mitad de las arias, para darle vuelta a una especie de plataforma-carrusel sobre la que se desarrolló la acción, o para formar muebles, tumbas, espejos, dinteles o balcones, todo muy abstracto, a partir de una especie de concepto camas-lego. Un concepto, pensaste, que más allá de su funcionalidad, no le importó ser feo, poco agradable a los sentidos, como también consideraste la iluminación de Víctor Zapatero, que se limitó a esto: luces blancas sobre cuadrilátero ajedrezado. Dónde dejó Zapatero su probado talento, cavilabas durante la soporífera función para no dormir como muchas personas a tu alrededor.

Del elenco apocado poco te apetece decir en un ambiente en el que muchos se han mostrado xenofóbicos y chauvinistas, quizás porque ante tan escasas oportunidades para ver ópera en México quisieran más presencia de talento nacional. Pero el talento no se clasifica por nacionalidades, y lo sabes. En este Don Giovanni, consideras, tanto el extranjero como el mexicano escaseó. Tan limitados unos como los otros, te dijeron miembros de la producción. Y sí. Aunque, por supuesto, hay matices.

Esto es lo que consideras: el estadounidense Chistopher Schaldenbrand fue un Don Giovanni sin protagonismo vocal, con un timbre que se decoloraba hasta parecer tenor. La rumana Catarina Coresi como Donna Anna, estridente, con ataques abiertos y un vibrato desagradable por destemplado. La canadiense Kymi McLaren, como Donna Elvira te pareció lo más rescatable, con una voz lírica y musical, en completo estilo. El ruso Mikhail Kolelishvili cantó un buen Leporello. Pese a su dicción para nada italiana, le entendiste cada frase y no se hizo el gracioso en su personaje, lo que es de agradecerse. Tres mexicanos: Raúl Hernández, Don Ottavio, se anunció enfermo y ése, como sabes, es por igual el principio del perdón o la debacle. Lucía Salas es una linda Zerlina, de voz discreta en volumen y Jesús Ibarra un joven con buen instrumento aún sin pulir, lo que sirvió en este caso para Masetto. El brasileño Luiz-Ottavio Faria posee una voz robusta de bajo, efectiva pero sin foco.

Nada especial, como pudiste comprobar, en este elenco. Nada memorable en esta producción, en la que entre el FMCH y la CNO se gastaron poco más de seis millones de pesos. Se vale, te dices, pero ¿este Don Giovanni los vale? Tus amigos mozartianos siempre afirman que Mozart lo aguanta y resiste todo. Tú, desde que abandonaste el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris y caminabas por la calle de Donceles, lo dudas. Y no por Mozart, sino por la idea de un decepcionante Don Chafanni. De un Don Güevanni. De la que hoy todos hablan. O casi. Tú ya no.


Wednesday, March 04, 2009

No cualquiera


Aquí no viene cualquiera:
Santa Fe, México

x José Noé Mercado


UNO
Acudo a Santa Fe por un siniestro. Una compañía aseguradora debe extenderme un cheque por concepto de daños automovilísticos a terceros. Yo soy ese tercero y aquí me encuentro, en el poniente de la inabarcable ciudad de México. En Santa Fe, que es vestigio de un pueblo hospital novohispano, minas y tiraderos, lo mismo que un elitista barrio financiero y concepto aspiracional y galáctico.

En Santa Fe, la exclusividad, la pretensión y la vanguardia es la idea. Por algo los corporativos transnacionales más poderosos, de capital mexicano o extranjero, tienen aquí sus oficinas en edificios inteligentes de diseño fashion y han convertido la zona en el conjunto urbano más importante y ostentoso de Latinoamérica.

Pero, en Santa Fe, la marginación, la pobreza, el contraste, la problemática de comunicación vial y el abastecimiento de agua, recuerda como un tatuaje en la piel que, después de todo, esto no es más que subdesarrollo.

Entre mayor opulencia y ostentación hay en el sitio, entre más notorio es el ánimo de primermundismo, más evidente resulta el tercer mundo al que pertenecemos. Aun cuando quien ahora hable de México deba referirse a un país en desarrollo, a una economía emergente. Que, en la realidad, para un porcentaje significativo de la población, se liga más bien a la emergencia.

DOS
Paso por detectores de metal y armas, un vigilante obeso me escanea y entonces ingreso en un edificio de cristal y acero. Aunque tiene decenas de pisos hacia arriba, desde donde todo, empezando por las personas, se mira pequeño, insignificante, iré hacia abajo.

Antes, me registro.

Una recepcionista rubia oxigenada y fresa me exige la credencial de elector. O mi carnet de conducir. Si no, no hay paso. Me da un gafete numerado de visitante. La extranjería queda señalada. Un par de policías vigila el proceso, escrutándome a la vez.

Un elevador de alta velocidad me sumerge cuatro niveles. Al salir, otro vigilante armado me pregunta si soy quien soy. Sí, le digo, pensando que quizás me atenderán de inmediato en la aseguradora. Pero no. Me interroga porqué bajé en ese piso, si debo ir a otro. Me hace saber que estoy en el lugar incorrecto, pero sobre todo que me vigilan a cada paso con cámaras ocultas. Onda reality show.

De nuevo, al ascensor. Aunque igual bajo.

Ahora entro en una oficina que tiene cómodos sofás de cuero para aguardar turno y cuadros abstractos, que pueden significar cualquier cosa, en las paredes. Me siento, me hundo. Así, el corporativo y su gente se ven más grandes. Hojeo una revista. Ojeo un artículo que explica que la principal generadora de valores, en la actualidad, es la empresa. Atrás dejó a los medios de comunicación, a la familia, a la iglesia. La oficina, ahora, forma o deforma al individuo. Ella, más que nada. Tiene lógica. Pertenecer o no pertenecer. A eso se reduce el dilema.

Por fin llego a una de las numerosas ventanillas, todas de cristal, seguro antibalas, para ser atendido. A mi derecha, un tipo trajeado y robusto desea cambiar las condiciones de su póliza para pagarla en dólares y saca de un portafolios de combinación electrónica varios fajos de billetes verdes. A mi izquierda, una señora de mediana edad discute, acalorada, su caso. Yo tiendo mis documentos a una chica pelirroja y con exceso de maquillaje y me limito a esperar ahí, de pie. Ella lee mis papeles y llena a mano unos formularios y les pone sellos, mientras, sin mirarlos, se pone de acuerdo, en código, a dónde irá a comer con sus compañeros, quienes al fondo, en cubículos desmontables, están enchufados a sus computadoras y a micrófonos de diadema. Listo, me dice, sin verme, vuelva en tres horas y podrá recoger su cheque aquí mismo. Imposible ir y volver en ese tiempo, que es el que a causa del tránsito infernal los oficinistas tardan sólo en venir o irse de estos rumbos. Mínimo, debo permanecer 180 minutos más en Santa Fe. Uf. Qué me queda.


TRES
Caminar por la zona de corporativos es complejo. Las distancias son largas a pie. Cortas, y por tanto inviables, en automóvil. El terreno es inconstante, pesado al andar. Como en toda barranca, hay subidas pronunciadas que luego se vuelven descensos enroscados. Los rascacielos, varios de más de 100 metros de altura, otros sobrepasan los 150, se construyen ya los de más de 200, muestran que los corporativos trascienden a todo individuo. De alguna manera, los aplastan. Fuera de los edificios diseñados por arquitectos de prestigio, en las explanadas, algunos oficinistas que portan con orgullo un gafete de pertenencia en la cintura fuman cigarrillos, beben Coca-Cola-Zero o comen fruta acarreada en un Tupperware. Una pareja discute. La chica llora, pero lo disimula al verme pasar.

Una de las avenidas principales de Santa Fe lleva el nombre del misionero Vasco de Quiroga, quien fundó este pueblo en 1532, con la idea de albergar a los indígenas marginados, a los pobres, a los enfermos, a los ancianos y a los niños. Hoy, Tata Vasco podría volver a fundarlo, puesto que, si bien hay mansiones de película en el área habitacional que valen millones de dólares, los desprotegidos siguen en los alrededores, en colonias proletarias, en casas modestas construidas por el ingenio y habilidad de albañiles que nunca podrían ser cool. Ahí, en esa otra pero misma Santa Fe que también fue minas y tiraderos de basura, la gente sí anda por las calles, sin traje sastre ni perfumes costosos, y compra comida grasosa en las esquinas.

CUATRO
Al Centro Comercial Santa Fe, desde que se inauguró, en 1993, el más grande de América Latina, con sus 5 mil cajones de estacionamiento, con más de 300 firmas exclusivas en sus tiendas, sólo se puede llegar en carro. O en taxi o micro, pero no a pie. Las avenidas son grandes, peligrosas para un peatón, o de plano es un tramo de carretera.

En ese tipo de calzadas principales no se puede estacionar sin que te levante una grúa, de las muchas que acechan. Por ello, las calles pequeñas, sobre todo las cerradas de un lado, están invadidas por coches que son vigilados por franeleros pandrosos que cobran, a cada uno, cuatro dólares al día por su labor. Lo que, sin duda, aunque tiene algo de informalidad, resulta más económico que entrar en un estacionamiento, de los pocos que hay por el rumbo, y pagar la misma cantidad, o sea su equivalente en pesos mexicanos, pero por hora.



CINCO
Han pasado casi tres horas, desde que salí de la aseguradora. Debo volver por mi cheque, sin haberlo visto todo, pero con la impresión de que, en esencia, sí lo vi.

Abordo un taxi de sitio, es la única opción, lo que significa que no cobra con taxímetro, sino a ojo de buen cubero. O sea, a capricho del chofer. No mames, por qué ocurre eso, le pregunto. Por la simple razón de que aquí no viene cualquiera, wey, me dice queriendo mostrar más mundo que el mío. A Santa Fe, o se viene porque puedes: gastar, consumir, comprar, o vienes porque debes: trabajar, venderte, sobrevivir. Yo por qué vine, reflexiono, a esta especie de yin y yang sin equilibrio: ¿porque puedo o debo? El siniestro, supongo, tiene la respuesta.