Monday, June 14, 2010

Alondra de la Parra: "No puedo vivir sin hacer música"


Algunos amigos no tan cercanos a la música, pero que quieren acercarse, me han preguntado varias veces sobre la directora de orquesta Alondra de la Parra. Para responderles, de algún modo más extenso de lo que lo hice en su momento, recupero esta entrevista que le hice a Alondra hace algún tiempo, que publiqué en la revista Pro Ópera en 2009, y que también se incluye en una versión escaneada en los archivos de la página web de la directora.

Eso.

Alondra de la Parra:
“No puedo vivir sin hacer música”
x José Noé Mercado

Su debut en México, en Bellas Artes, en 2005, dejó en el público una grata impresión por el sonido limpio y redondo, sin porosidad, que su batuta logró extraer de la Orquesta Sinfónica Nacional, calidad que refrendaría ulteriormente, en años subsiguientes, en presentaciones en Guadalajara, Jalisco, y Xalapa, Veracruz. En noviembre de 2008, volvió al Distrito Federal, a la Sala Nezahualcóyotl, con su Orquesta Filarmónica de las Américas, como parte de su segunda gira Sin Fronteras.

El interés por ver a una mujer en el podio —fresca, simpática, bella—, acto infrecuente al menos en nuestro país, es grande y quizá similar al hechizo que produce su mano izquierda al dirigir, al dibujar las siluetas musicales llenando el vacío, pero en todo caso esos atractivos son menores al de presenciar su ímpetu artístico, estilo elegante y sensibilidad precisa, fusión que le da un balance particularmente logrado a sus interpretaciones.


A sus 27 años de edad, con la experiencia de dirigir orquestas de Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Venezuela, Singapur y Rusia, en una charla sostenida en una mañana soleada, al sur de la ciudad de México, por el rumbo del Pedregal, Alondra de la Parra Borja relata que su acercamiento a la música fue gracias a sus padres, quienes, de niña, la llevaban a conciertos en la Sala Nezahualcóyotl, en Bellas Artes y en otros foros artísticos de la ciudad de México:

“Definitivamente, ellos me impulsaron al arte, pues en casa, igual, siempre escuchaba ópera y música clásica, aunque también la popular. Con mi hermano, incluso, solía cantar canciones rancheras a dos voces. Tengo voz de soprano, pero no se te vaya a ocurrir pedirme que cante. Aunque mis papás no eran músicos, su gusto por la música fue determinante para que yo me dedicara a ella”.

Durante su infancia, Alondra, nieta de la escritora Yolanda Vargas Dulché e hija del editor y escritor Manelick de la Parra, solía tomar los discos de acetato que encontraba en casa y así conoció muchas obras de Beethoven, Verdi, Brahms, Mozart y Bach. “Ya a los trece años me dio por meterme con piezas de Shostakóvich, Bartók y Stravinski, compositores que me fascinaron por completo”. Paralelamente, desde los siete años, inició sus clases de piano y luego también de chelo. “Lo cierto es que por ahí de los 11 o 12 años entendí que mi máximo sueño era ser músico. Cuando veía a uno, me decía a mí misma que moriría por comunicarme a través del lenguaje musical, algún día. Moría de ganas por decir: Yo soy músico”.

La decisión fue tomada y para alcanzar la meta era necesario que la directora de orquesta en potencia se disciplinara, como toda una profesional: “La disciplina es una facultad que no se hereda, ni es algo con lo que se nazca. En mi caso, tuve que hacer un esfuerzo súper consciente para cumplir con mis expectativas. Me impuse un horario que iniciaba levantándome temprano: tantas horas de violín, tantas horas de chelo y así. Diario. Al principio no podía seguirlo ni a la mitad, pero, poco a poco, pude”.

Al cumplir 15 años, Alondra de la Parra pidió a sus padres que la apoyaran, enviándola a la St. Leonard Mayfield´s School Royal Academy of Music, en Inglaterra: “Estuve friegue y friegue y friegue, hasta que me dijeron ya, vete. Para mí fue muy importante, porque, al estar aún en México, me preguntaba cómo iba a hacerle en lo profesional, si yo no venía de una familia de músicos, ni había estudiado música desde los cuatro años, siete horas diarias. Debía ponerme las pilas, porque además me costaba mucho trabajo ir a la escuela de siete de la mañana a tres de la tarde, llegar a comer a casa, hacer la tarea y después irme a mis clases musicales y luego regresar a dormir, todo en medio del tránsito de la ciudad, que me hacía perder horas enteras. Entendí que así no era posible dedicarme a la música, por lo menos no como yo quería. En la academia de Inglaterra podía hacer la secundaria (que en realidad eran sólo tres materias que pude escoger: física, matemáticas y música, pero con nivel de primer semestre de universidad) y estar en un lugar cerrado a lo largo el día, en un ambiente del todo musical, con compañeras que tenían la misma aspiración”.

Cuando regresó a la ciudad de México, Alondra ingresó en el Centro de Investigación y Estudios Musicales, donde continuó con clases de piano y composición. “Pero de nuevo: yo quería dedicarme cien por ciento a la música y aquí no me era posible. También experimentaba ya la necesidad de dirigir y no encontré ningún programa de dirección de orquesta que pudiera tomar. Por eso, me fui a Nueva York”.

De la Parra, quien se convertiría en la primera mujer mexicana en dirigir una orquesta en la Gran Manzana (y, posteriormente, en el Teatro Colón de Buenos Aires, Argentina), estudió dirección orquestal, piano, teoría y análisis musical en la Juilliard School y después la Licenciatura en Música, en la Manhattan School of Music, donde igual cursaría su maestría. Sobre sus primeras experiencias en Estados Unidos, la artista entrevistada dice:

“Vincent La Selva, director de la New York Grand Opera, fue el primer maestro que tuve en Nueva York. Fue muy interesante porque me dejó estar en todos sus ensayos y, además, ser su asistente: dirigía los coros backstage en Aïda, Otello y Falstaff. Nunca nadie me veía, pero en Central Park hicimos toda la serie de óperas de Giuseppe Verdi y a mí me tocó estar en esas tres últimas del catálogo verdiano”. Pero La Selva no fue el único maestro de Alondra en el vecino país del norte: “Luego estuve con Kenneth Kiesler, quien sigue siendo mi maestro en un retiro de dirección orquestal, en Maine, y también he estudiado con Kurt Masur, con Charles Dutoit y, actualmente, con Marin Alsop, la mujer que dirige por todo Estados Unidos y es una maravilla”.



—Alondra, ¿cómo nace tu inquietud por ser directora de orquesta?

—Desde que estudiaba piano y chelo, mi sueño era llegar lo más alto posible, musicalmente hablando: saber todo lo que se pudiera aprender de música, comunicar y expresarme de la manera más vasta en términos musicales. Como al mismo tiempo asistía a muchos conciertos, me di cuenta que el director de orquesta siempre es como la cúspide de todos esos conocimientos, de toda la integridad musical.

Y es un reto tan alto que me rinde lo suficiente para la vida entera. A los 30, 40, 50 o 60 años de edad no podré decir soy directora y ya sé cómo se hace todo. No: imposible. Toda la vida voy a tener de dónde aprender, existirán nuevas piezas qué explorar, aspectos que una deberá corregir en lo personal o con los músicos para descubrir cómo puede funcionar de mejor manera equis o ye cosa. Por ello, me pareció que ser directora era un sueño, pero a la vez un gran reto.

—Desde tu punto de vista, ¿qué cualidades requiere el trabajo de un director de orquesta para cumplir satisfactoriamente con la música?

—Mucho estudio y autocrítica (ésta es necesaria porque siempre puede corregir o mejorar o hacer más eficiente algún aspecto que se proyectará en la interpretación). Tiene que poder comunicarse con las personas, eso es fundamental, y debe saber estar sola, porque en esta actividad hay que pasar mucho tiempo concentrada y con una misma. Obviamente debe tener buen oído, conocimiento de los instrumentos, de las técnicas de ensayo y de la historia de la obras. La lista de cualidades es larga, pero lo principal se resume en disciplina y autocrítica.

—¿Cómo se logra tener un buen oído? ¿Tú cómo lo has desarrollado?

—Creo que el oído se desarrolla desde temprana edad. A mí me lo desarrollaron mucho mis papás, sin darse cuenta, desde chica. Me acuerdo que una vez fuimos a una función de teatro musical y salí solfeando las notas de lo que había escuchado: al principio pensaron que estaba emitiendo notas disparatadas, pero luego comprobaron que, en efecto, cantaba las notas reales de la partitura.

Desde entonces, observé que este aspecto se me daba fácil. Pero no por arte de magia, sino porque mis estudios de piano y chelo se habían transformado en un lenguaje en mi cabeza, en el oído interno, que me permitía escuchar de otra manera. Las desafinaciones siempre me molestaban muchísimo, porque, si traes los oídos afinados, te saltan de inmediato.

Todo es cuestión de entrenamiento auditivo: estar sentada en un piano, escuchando solfear, oyendo la música dentro de la cabeza (que es lo más importante para un director), es decir, ver la partitura y oírla en tu cerebro. Una va desarrollando el oído para oír muchos sonidos simultáneos: primero oyes una línea, después dos, luego tres. Es una disciplina que, con el tiempo, se va ejercitando en la cabeza. Mi oído se ha desarrollado bastante, sí, pero me encantará platicar contigo en 5, en 10 y en 20 años, para contarte lo que oía ahora y lo que voy a oír entonces, porque es un proceso en el que siempre se irá creciendo.

—En la historia musical han predominado los directores de orquesta. En ese sentido, siendo mujer, ¿consideraste algún esfuerzo extra para llegar a ser directora? ¿En el medio te has enfrentado con alguna muestra de machismo o misoginia?

—No. Nunca me he cuestionado profesionalmente por ser mujer. He tenido (y tengo todavía) muchos otros aspectos de qué preocuparme, por ejemplo cómo mejorar mi técnica, mi entrenamiento auditivo, mi conocimiento o mi cultura musical, antes que preguntarme si por el hecho de ser mujer me harían caso o me darían las oportunidades. Imagínate: si me hubiera preocupado por eso, me habría quedado sentada en mi cuarto, sin hacer nada. No; más bien he pensado que si estoy suficientemente preparada, quizá, me harán caso. Si no tengo la preparación, seguro no me darán ninguna oportunidad, sea hombre, mujer, animal o cosa.

Por eso, ser mujer no ha sido ninguna barrera para ser directora de orquesta. Tampoco he padecido muestras de machismo ni nada parecido. Creo que si una es respetuosa con el trabajo y con las personas que trabaja, si llega siempre bien preparada, los demás lo sienten, igual que yo lo siento de mis compañeros, y así se puede trabajar muy bien.


—¿En qué consiste la particularidad que como directora tratas de imprimir al sonido, a la orquesta, a tu interpretación? ¿Cuál es el sello personal de Alondra de la Parra?


—Desde luego, el carácter, el sonido y el color de cada pieza varían según los factores individuales de esa obra, pero creo que el común denominador con el que me gusta trabajar parte de un sonido honesto, generoso y totalmente conectado a la imaginación.

La honestidad consiste en que todos entreguemos todo, sin importar a quién, ni quiénes somos, ni de dónde venimos, ni de qué color somos, ni en qué silla estamos sentados. La generosidad es obsequiar el sonido al público, a los camaradas, a nuestros compañeros y a la música en sí misma, compartiendo la imaginación, que es uno de los más increíbles recursos del ser humano. Ésa es la cara de nuestro estandarte como músicos, para tratar de comunicarnos con el mundo y es con la que a mí me gusta trabajar.

—En 2004, fundaste la Orquesta Filarmónica de las Américas para crear lazos musicales entre Latinoamérica y Estados Unidos: háblanos de este proyecto…

—En las escuelas en que estuve en Nueva York, trabajé con muchos chavos talentosos de diversas agrupaciones musicales. Pensé que sería genial formar una orquesta con toda esa paleta de gente joven, que toca con gran energía y, aparte, una técnica espeluznante. Por otro lado, desde tiempo atrás, yo traía la misión de promover más la música latinoamericana: ¿por qué siempre escuchamos el Huapango de Moncayo o Sensemayá de Revueltas, que son grandísimas piezas, pero no las únicas? También consideré la cuestión de apoyar a los jóvenes compositores e intérpretes, no sólo a los más famosos, para que la gente de Nueva York pueda conocer su trabajo y, en conjunto, crear un diálogo, un intercambio entre todos estos artistas, en una especie de espíritu generacional.

Con tales ideas se fundó la Philharmonic Orchestra of the Americas en Nueva York, y la idea es siempre programar música nueva y joven, junto a las piezas consagradas del repertorio. Y siempre con un espíritu de conexión con el público, de interactividad que quite ese estigma de que la música clásica tiene que ser súper seria, compleja, y por ello mismo solemne y aburrida. Actualmente estamos en un momento crucial de búsqueda de apoyos, de patrocinios, tanto en Latinoamérica, como en Estados Unidos, para poder continuar con nuestra misión. Yo confío en que habrá gente que visualice la importancia de todo este proyecto, se acerque a nuestra página en Internet www.poamericas.org y decida apoyarnos. Ya tenemos el régimen para que los donativos puedan ser deducibles de impuestos, pero, sobre todo, estamos abiertos a toda la ayuda y apoyo de cualquier tipo que se pueda generar.

—Escuchándote hablar, parecería que vives sumergida en la música. ¿Qué puedes platicarnos de tus otras facetas como persona?

—¿Como persona? Bueno, fui una niña muy inquieta, por eso, creo, hice de todo: tenis, equitación, tap, ballet seis años, natación, teatro en la escuela, gimnasia olímpica, en algún momento me dio por pintar… Pienso que lo que me ocurría es que me desbordaba por lo que hacía: una vez, por ejemplo, me dio por los caballos, y ahí me tienes, saltando. Me dio también por el tenis: sin tener ninguna facilidad para jugarlo. Pero entrenaba diario, cuatro horas, y, al final, pues sí gané un par de torneos, aunque no por mi gran capacidad o por haber nacido con una raqueta en la mano, sino porque me clavaba durísimo. Estaba en todo y en todo quería estar, de todo quería aprender, en especial de arte.

Después me di cuenta que no podía seguir con todas esas actividades, que era necesario priorizar y escoger. Y, en definitiva, la música era mi constante, por lo que me dije: Puedo vivir sin ser caballeranga o amazona, sin ser nadadora, sin ser actriz, sin ser tenista, sin ser bailarina, pero no puedo vivir sin ser músico. Ahí sí, no. No puedo vivir sin hacer música y con ella decidí quedarme para siempre.

2 comments:

  1. muy buen texto y muy buen enfoque. ella es importante porque es buena, no porque sea mujer o alguna cosa así, sin necesidad de cuotas de género.

    ReplyDelete
  2. cuándo escribirás sobre tu adorada Javiera Mena...

    ahi te veo manogueychido...

    ReplyDelete